AQUELLOS QUE NOS MIRAN
Imelda Rodríguez Escanciano
Cuando llegan estos días -seguro que a ustedes también les ocurre algo parecido- necesitamos reconectar con la ilusión. Aunque sea solo por un segundo. Es como sentir la inocencia de los niños que tenemos cerca, esa magia que un determinado día nos resistimos a creer. La ilusión tarda en morir, pese a la dureza con la que sacude tantas veces la realidad. De hecho, es la emoción que, históricamente, más ha incitado a luchar por la justicia. Así la han promovido líderes trascendentales como Mandela, Gandhi o Teresa de Calcuta, que representan como pocos la valentía de la dignidad. Un concepto que revela cómo es el poder contemporáneo y a cuyo reclamo se están sumando millones de personas en todo el mundo. La clave del éxito sostenido no está en vender la dignidad como relato, sino en saberla practicar. Y esto son palabras mayores. Justamente, en la dignidad ha concentrado el peso de su campaña el recién elegido presidente de Chile, Gabriel Boric, de 35 años. Ahora tiene que llevarla a buen puerto, porque las promesas de una vida mejor han sido muy altas. Tanto, como el ciprés que convirtió en símbolo de toda su campaña, casi por casualidad. No estaba previsto en su plan de comunicación, pero sacó a relucir un día que, cuando era niño, se subía a lo alto de aquel árbol y desde allí comprendió qué significaba hacer política: escuchar, soñar y cooperar. Y esta verdad fue pura seducción para millones de votantes, para muchísimos jóvenes -gran llave del triunfo electoral hoy-. Nada hay más persuasivo que lo auténtico. Y de ello la política, ya no va a poder prescindir.
Pero la dignidad no puede quedarse en un simple relato, debe transformar la vida de los ciudadanos, continuamente. Cualquiera no está capacitado para liderar, por mucho que se empeñen algunos en publicitar su vanidad sin límites. Por eso nuestra responsabilidad está en detectar a los que sí lo están, a los candidatos que defienden nuestra suerte (no la suya o la de sus partidos exclusivamente). A los mandatarios que colocan a la gente en el centro de su acción y de su pasión. Es ridículo el nivel al que llegan muchas escenas políticas actuales. O exigimos altura en la cultura política o no sacaremos los pies del barro. Se trata de descubrir quién es capaz de ordenar la sociedad, de orientar bien las circunstancias, de enfrentarse a las dificultades con eficacia, de ceder sin agresividad, de hacer sencillo lo complicado, de proteger la serenidad, de moldear el optimismo, de promover certezas, de librarnos de los sustos, de no perder la coherencia ni debajo del agua y de influir en nuestra felicidad. Igual que intervienen en ella los artistas que nos regalan el esplendor de sus obras. Dice Antonio López que cuando pinta la naturaleza está dibujando el sentido mismo de la existencia. Porque las flores, afirma este genio, “no te piden ni te exigen nada, simplemente se ofrecen a ti…si las quieres mirar”. Y eso, de alguna forma, también nos salva. He podido ver de cerca, unas cuantas veces, su mirada. Me conmueve porque es todo humildad, respeto y brillantez. Y porque cree en la dignidad de cada persona. Así es como reconoceremos la grandeza que nos conviene, entre aquellos que nos miran. La autenticidad es la condición de esta nueva era. Así que, subidos a un árbol o al pie del camino, de lo que se trata es de no perder de vista el horizonte. Estamos en el mejor momento para tomarnos en serio la ilusión. Es nuestra. Nos pertenece.