CUANDO SE MEZCLAN CHURRAS CON MERINAS
Imelda Rodríguez Escanciano
Me gustan los refranes porque contienen toda una filosofía de vida. No mezclar churras con merinas me parece de una objetividad útil. Conozco bien su significado literal, no en vano soy nieta de un pastor trashumante, Crescencio, un hombre de templanza que formó parte de una generación donde la bondad, el sentido común y del bien se practicaban a manos llenas. Porque es la calidad de los valores de las personas lo que determina el nivel del progreso de un país. Y en esto tiene una influencia decisiva la Educación y su fin último: dotar al alumno del talento de discernir. Si nuestros gobiernos no crean estructuras para que los jóvenes desarrollen una capacidad crítica, creativa, cooperativa, empática y adaptable, estaremos condenándoles a la irrelevancia. De hecho, los mejores sistemas educativos del mundo, entre los que están Japón, Finlandia o Canadá, priorizan la alta exigencia con el mérito, sabiendo coordinar la educación emocional con el aprendizaje de contenidos matemáticos, científicos o tecnológicos. En cambio, España manosea con demasiada frecuencia la política educativa, que no puede ir a rebufo del ministro de turno, ni de ocurrencias, manotazos o caprichos con un fin propagandístico.
Meter con calzador ideologías en las leyes educativas es un parón en seco a la innovación. Y hay que lograrla desde la coherencia. Si mezclamos las ovejas merinas (con una lana extraordinaria) con las churras (de pelaje áspero, aunque con una carne y leche excelentes) estaríamos activando una fórmula absurda. Porque nunca obtendríamos un animal con una lana tan suave como la merina, ni un queso de oveja tan sabroso como el que proporcionan las churras. El experimento sería un fiasco de productividad, amén de algo irracional. Pues lo mismo ocurre con este borrador en manos del gobierno que determina cuáles serán los contenidos y las competencias que deberán aprender nuestros niños en Primaria. El revuelo levantado sobre ese “sentido socioemocional” y con “perspectiva de género” con el que pretenden enfocarse algunas materias como las matemáticas es sintomático. Qué duda cabe que los elementos formativos emocionales son un signo de vanguardia, pero jamás pueden desplazar a temas prioritarios como saber calcular una regla de tres. Cuidado con aplicar fórmulas vistosas porque España sigue liderando el ranking de los países con más fracaso y abandono escolar. Y por aquí se ensancha también la grieta de la precariedad.
No es cuestión de sustituir emociones por ecuaciones sino de orientar cada materia desde un enfoque afectivo-constructivo que impulse el aprendizaje de lo fundamental. El escritor Simon Sinek sostiene una teoría similar a la del refrán, explicando la importancia de saber diferenciar entre los juegos finitos y los juegos infinitos para evitar los conflictos. Nos dice que hay juegos finitos, como un partido de tenis, que finaliza con 2 o 3 sets vencidos. Pero luego están los juegos infinitos, como la gestión de una empresa o la propia vida (el primero no termina con la cuenta de resultados de un año y la vida no termina cuando uno se gradúa). No hay ganadores en los juegos infinitos, advierte el autor, siendo juegos permanentes. Cada tipo de juego tiene sus reglas determinadas y si jugamos los infinitos con las reglas de los finitos nos estaremos equivocando, pudiendo causar mucho daño. La Educación no puede someterse a reglas de juegos finitos que constriñan su misión, por eso urge un pacto de Estado entre todas las fuerzas políticas. Exijamos esta concordia, que formaba parte de la sabiduría de nuestros abuelos. Espalemos de la vereda todo lo que genera confusión social. La esperanza es hoy el juego que nos toca ganar.