EDUCACIÓN Y EFECTO “FAST FOOD”

Imelda Rodríguez Escanciano

No sé ustedes, pero yo, en muchas ocasiones, tengo la sensación de que estamos absorbidos, a todos los niveles, por lo que podríamos llamar “el efecto fast food”, ya saben, ese estilo de alimentación donde la comida se prepara, se sirve y se come a un ritmo vertiginoso. Casi sin saborear. Nada que ver con esos platos exquisitos, cocinados lentamente, con ingredientes de primera calidad, aderezados con acierto y pasión. Justamente lo contrario a la superficialidad palpable de la política educativa actual. Porque nuestro país, hasta el momento, no ha sido capaz de generar un estadio de consenso político que evite las yincanas de leyes educativas y los vaivenes electoralistas a los que está sometida, con demasiada frecuencia, la Educación. Esta dinámica de inestabilidad interrumpe el proceso de innovación educativa, imprescindible para promover el crecimiento social. 

Nuestra Educación tiene que renovar y estabilizar su arquitectura educativa, para que el pensamiento crítico, creativo y divergente (que es aquel que nos hace más tolerantes a las ideas contrarias de los demás) sean además las vigas maestras. Necesitamos que los estudiantes tengan una idea profunda de lo que aprenden. Me atrevería a decir que la vanguardia educativa se sostiene sobre esta profundidad del pensamiento. Porque ya desde la OCDE se nos ha alertado sobre la débil aplicabilidad creativa de los conocimientos de nuestros estudiantes. Incluso de que faltan estrategias de pensamiento complejo. España, nos recuerdan, se ha centrado demasiado en las leyes y poco en el cambio de prácticas. El contenido del currículo que estudian los jóvenes es extenso pero no hondo. Por eso, ahora, debemos calibrar nuestro modelo educativo (y hacerlo como hábito de innovación permanente). 

Para ello, la Educación debe convertirse en un tema de Estado, de forma inamovible. Necesitamos una lúcida modernización de nuestra política educativa que reoriente hábilmente el fracaso escolar o incorpore las habilidades digitales y humanísticas que originen potentes perfiles profesionales. Es preciso redimensionar la figura docente y proyectar su carrera, afrontar el bilingüismo de forma operativa y acelerar las estrategias de inclusión e igualdad. Respecto a la política universitaria, urge la promulgación de una nueva ley de universidades para afrontar con atino los desafíos actuales y futuros. Un marco que permitirá también potenciar el sistema universitario de Castilla y León, que es valioso, entre otros motivos, porque está formado por distintos modelos de universidad que enriquecen la capacidad de elección de los estudiantes. Nuestras universidades poseen además un atractivo significativo a nivel internacional, que debe reforzarse y ampliarse estratégicamente (pues el potencial es elevado), por ejemplo, a través del reclamo que suscita el aprendizaje del español. 

Pero, sin duda, lo más acuciante que debemos afrontar en estos momentos es la articulación de un modelo de investigación e innovación inteligente, centrado especialmente en el desarrollo tecnológico, que permitirá además activar la empleabilidad y la riqueza económica de Castilla y León. Todas las universidades deben formar parte, más decisivamente, de un ecosistema renovador que oriente el talento, el empleo y la economía digital. Apremia, además, seguir promoviendo una especialización hábil de las universidades, así como en un posicionamiento internacional más enérgico, donde el idioma español se convierta en una fuerza motriz. No podemos olvidar el desarrollo de una educación productiva, diseñada sobre las potencialidades de nuestra región y conectada con titulaciones innovadoras que orienten la formación de los profesionales necesarios. 

Es el tiempo de abrir espacios a la cultura “anti fast food”, es decir, de frenar la frivolidad de las políticas que encorsetan el esplendor de nuestra Educación. Si no desarrollamos escenarios que favorezcan una Educación de vanguardia, lo tendremos difícil para promover una región de vanguardia. Y Castilla y León se lo merece todo. Por eso, es el momento de la acción, para que el aroma del optimismo que desprende la nueva Educación se cuele por todos los rincones. Esa esencia, sí, como la que sale de los guisos cocinados a fuego lento, que provocan ese sabor a gloria bendita. En definitiva: necesitamos profundidad para esa nueva Educación. Así que, a remangarse.

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Artículo publicado en “El Norte de Castilla”. 21/5/2019

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