EL CÍRCULO QUE NO CESA

Imelda Rodríguez Escanciano

Pasen y vean. A alguien le pareció buena idea que un candidato de Ciudad Juárez iniciara su campaña electoral dentro de un féretro.  Las imágenes, que circulan por redes, son un ejemplo perfecto de una comunicación política débil, desnortada y sobreactuada. Toda una exhibición que revela la falta de solidez del argumentario que maneja una buena parte de la clase dirigente mundial. Empecinados por hacer espectáculo del espectáculo. Fascinados por los fuegos artificiales, en tiempo de sequía. Atascando el progreso, sin despeinarse. Haciendo de la anécdota una correa de transmisión endeble. Esta cultura política debe llegar a su fin. La simplificación de los mensajes, el desinterés por la sensatez, el desorden en la ejecución de las políticas públicas y la ceguera ante lo primordial está provocando un agotamiento social insoportable. La acedia avanza al mismo ritmo que la lucidez retrocede. Este estadio de vacilación, si se prorroga, terminará por devorar a los que deciden. A la sociedad más paciente en siglos se le atraganta el hartazgo. De ahí que la comunicación política deba abandonar algunos modos circenses y retomar su razón de ser. Los gobernantes tienen la obligación de generar seguridad pública y de hacerlo en el momento preciso (no cuando la incertidumbre ha dinamitado la confianza). 

Un asunto del calibre del plan de vacunación debería estar apoyado por una política comunicativa más vigorosa, que pivotara sobre evidencias científicas (porque cuando carecemos de un referente claro, la gente tiende a asumir la opinión de los comentaristas sabelotodo o los chascarrillos de portal). Nunca ha hecho tanta falta la unidad de decisión, de acción y de anticipación. Por eso deben desecharse las ocurrencias, vaguedades o contradicciones persistentes. Ustedes ya saben que cierto show mediático está diseñado para atolondrarnos. Porque el miedo, históricamente, paraliza. Y -admitámoslo- valientes, hay pocos. ¿Nadie le dijo al político mexicano del ataúd que aquello era una idea peregrina? ¿Nadie advierte que la comunicación institucional debe aliviar permanentemente el temor social? ¿O es que el ruido conviene? No podemos permitirnos capitanes de barco quebradizos, los de un individualismo atroz, que admitirán ver el cielo nublado (si ese es el mantra impuesto), aunque nunca haya brillado más el sol. Jamás este tipo de calaña ha transformado el mundo. Jamás. Así que persistamos en la fuerza de lo auténtico, nuestro punto cardinal. Y exijamos que, en estos tiempos desordenados, se tomen decisiones fuertes, siempre desde la compasión. 

Hay un fenómeno curioso, llamado “la espiral de la muerte”, que hace pensar.  Parte de un relato del naturalista Willian Beebe, que observó en la selva de Guyana a un grupo de hormigas que avanzaba en una espiral de 365 metros de longitud y en la que los insectos tardaban casi tres horas en completar todo el recorrido. Prácticamente todas esas hormigas, después de dos días, murieron por agotamiento. Lo que ocurrió es que, cuando perdieron el rastro, comenzaron a deambular en círculo hasta la extenuación, sin que ninguna de ellas decidiera romperlo, ignorando por completo que ese remolino era su final. Cuando unos trabajadores locales partieron el círculo, ya muy pocas pudieron huir. De los círculos así hay que escapar. Exijamos cordura. Exijamos valentía. Exijamos liderazgo. Elijamos la respuesta que queremos dar ante cada situación de la vida, porque ahí está nuestra libertad. Eso hizo el novelista Émile Zola, autor del célebre “Yo acuso”, que se implicó en política para probar la verdad y acelerar la justicia. No en vano, aseveraba haber venido a este mundo “a vivir en voz alta”. Solo desde esta convicción saldremos del círculo que no cesa. Es nuestro mayor poder. 

Artículo el círculo que no cesa

Artículo publicado en "El Día de Valladolid". 10/4/2021

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