La destreza del capitán
Imelda Rodríguez Escanciano
La trascendencia de un hombre está en que aquello que haga siempre pueda ser comprendido. Esto ocurre también con los pintores, como el francés Théodore Géricault, que hace doscientos años pintó “La balsa de la Medusa”, una obra que representa la escena de un naufragio, donde casi trescientas personas quedaron a la deriva, asfixiadas por el hambre y la desesperación. Una catástrofe que tuvo impacto mundial, provocada por la incompetencia del capitán, tan inexperto como petulante, más preocupado por alcanzar un récord de velocidad que por el aprovisionamiento y la seguridad de la tripulación. Así que no tardó en suceder la tragedia. La multitud se apretujó en aquella balsa, que no pudo soportar el peso y, finalmente, rompió amarras. Entonces el capitán, fiel a su naturaleza mezquina, miró para otro lado y huyó. Solo se salvaron quince personas. ¡Cuántos desastres está teniendo que soportar la humanidad por la mediocridad de tantos capitanes de barco!
Por eso, al mando, necesitamos a los mejores, los que conocen la profundidad del mar, tanto en la calma como en la tempestad. De hecho, de las conclusiones que podemos sacar sobre la crisis diplomática con Marruecos (además de su espíritu de chantaje, venganza y ruindad), está la absoluta necesidad de contar con figuras que dirijan los Asuntos Exteriores de un país con un nivel exquisito de firmeza, astucia y empatía (algo propio de los líderes auténticos). Por lo tanto, tener marineros experimentados en el equipo, forma parte también de la destreza del capitán. Un capitán que avista el futuro, pero primero resuelve el presente. Debo decir que la presentación del plan “España 2050” me ha parecido una grandilocuente estrategia de comunicación política con tres objetivos prioritarios: reenfocar la atención mediática en el relato del Gobierno, robustecer el carácter institucional del presidente y, en tercer lugar, promover subliminalmente sobre su figura una imagen de bonhomía que justifique su perpetuación en el poder. Por otro lado, es acertada esta misión de prospectiva, siempre que está combinada con una táctica de control, dirección y actuación sobre la realidad más inmediata. Y esto debe traducirse en hechos y en satisfacción popular, que es la brújula primordial.
Acometer el largo plazo, claro que es importante, si está programado desde la solidez del presente y la calma del pasado (lo que incluye también mantener bajo riguroso control los lazos diplomáticos). Ese 2050, ante el estado emocional de una sociedad en pandemia, parece un confín remoto, porque hay demasiadas personas sacudiéndose el polvo del sufrimiento. Hoy, por sentido común, estamos más pegados al corto plazo, que es donde transcurre la vida. Que se lo digan a nuestro Ejército, a la Guardia Civil o a la Cruz Roja, buques insignia de la compasión, que es la manifestación más elevada de la humanidad. Ellos encarnan la altura política -sin saberlo tal vez-, porque practican permanentemente la valentía, la nobleza y el bien. En sus manos está la destreza de los mejores capitanes de barco. Son un símbolo del patriotismo útil, el que deben practicar también todas las fuerzas políticas, apoyando sin fisuras al presidente del Gobierno hasta que esta situación crítica concluya. Después, será el momento de pedir explicaciones y depurar responsabilidades, si procede. La política de vanguardia se construye desde las máximas cotas de cooperación y con el vibrante talento de demostrar a los ciudadanos que la esperanza, para cada uno de ellos, jamás terminará.