Las alforjas de la compasión
Imelda Rodríguez Escanciano
A David Beriáin y a Roberto Fraile una bala les esperaba en Burkina Faso, uno de esos tantos lugares a los que se atrevieron a ir para buscar la verdad. El peligro jamás detuvo su pulsión de humanidad. Debe ser que cuando se huele el dolor, cualquier recorrido te devuelve allí. Y eso hicieron, arriesgar su vida para contar la verdad (una palabra pequeña pero que lo cambia todo). Esta tragedia es un contrapunto a la bochornosa campaña electoral que estamos viendo en Madrid, donde algunos políticos se afanan por reducir la relevancia de la verdad, tergiversando y ocultando datos fundamentales para ganar votos. Y como es inadmisible, ante la manipulación, siempre hay que poner un muro de contención. Esta dinámica vacía de prender hogueras de crispación, de mezclar lo político con lo institucional o de cocer cuentos en “victimódromos”, es un repelente para la calidad democrática. Así que más hechos y menos fantasía. Precisamos otro nivel dominante en la clase política, similar al que marca la trascendencia de figuras como Fraile y Beriáin. Sus documentales, rodados entre narcotraficantes, guerrilleros, terroristas, siempre desenmarañando la pobreza, entran en una categoría humana y profesional superlativa. Estaban muy lejos del sensacionalismo feroz que nos sirven hoy -a mesa y mantel puesto- con un tufo ya insoportable. Hace unos cuatro años, en una entrevista, Beriáin agradecía a su familia que le amaran como él era, “libre”, aunque eso supusiera “que un día pueda haber una llamada que les diga: «No voy a volver». Eso es un acto de generosidad del que yo no sé si sería capaz”. Qué mensaje tan poderoso, propio de la humildad de los héroes.
Hay que ser muy valientes para contar la verdad. Hay que llevar las alforjas muy bien sujetas a la integridad para responder así a una pasión vital que nos devuelve la dignidad a todos. Nada les detuvo en su “ruta del kafir”, como cuentan que definía Roberto Fraile su trabajo (kafir es un término árabe, al que el islam atribuye el significado de “no creyente”). Y es que Fraile optó por creer solo cuando destapaba con sus manos los recovecos de la existencia, para poder contarlo después con propiedad. Esa es la majestuosa fuerza de la autenticidad. Tenían toda la legitimidad para hablar de la justicia, la libertad o la democracia. Hoy, unos candidatos más que otros, se agarran a estas palabras como salvavidas. Pero solo en los grandes suenan a gloria, porque las llevan en sus alforjas y no solo en sus relatos. A lo largo de la historia, los mejores políticos y gobernantes se han centrado solo en lo importante. Porque hacer política es practicar la compasión, que supone compartir el sufrimiento de los demás y actuar para resolverlo. Y urge, porque según el último informe del Eurobarómetro, el 90% de los españoles desconfía de los partidos políticos. Así que el sonido de esta alarma, que tan bien conocen ustedes, es insoportable. Solo la compasión, que es el estilo de vanguardia del nuevo tiempo político, levantará el vuelo social. Para ello, hay que ir dando pasos, alguno más de los 93 que recorría Juanita -la abuela de Beriáin- desde la puerta de su casa hasta la iglesia, y que no solo dieron nombre a su productora, sino sentido a su compromiso con los arrinconados. Ya no podemos detenernos para reivindicar más altura política. Urge la misericordia activa. Ricardo Fraile y David Beriáin ya lo habían comprendido, y dieron pasos firmes hacia ella. Todo mi cariño a sus familias y mi homenaje a estos dos hidalgos de la luz.