LOS QUE SE QUEDAN

Imelda Rodríguez Escanciano

Finalizado el mercado de los fichajes futbolísticos, ya sabemos dónde se van todas las grandes estrellas y también las que se quedan. A veces es más importante esto segundo. Que se lo pregunten a la opinión pública, a usted, que seguramente también recibió con cierta emoción -y por qué no decirlo, con mucha esperanza- el anuncio del equipo diplomático español en la embajada de Afganistán. Hablo del embajador Gabriel Ferrán, que fue cesado de su cargo a principios de agosto y de la segunda responsable Paula Sánchez. Pudiendo irse de una situación de peligro, decidieron quedarse. De hecho, llegaron juntos a España en el último avión de evacuación. ¡Qué gran mensaje de honor y, sobre todo, de hechos! Eso es la política, al fin y al cabo. Fueron muchas las muestras de reconocimiento y admiración hacia esta decisión, la de quedarse, la de permanecer desde un alto sentido de la responsabilidad. Lo curioso es que nos asombre porque la nobleza debería ser una norma de permanencia en cualquier puesto político. Pero lo que ocurre es que estamos demasiado acostumbrados a ver mezclados la paja y el trigo. Demasiado habituados a la propaganda, a que nos vendan motos de todo tipo, todo el tiempo. Hay que pararse a pensar.

Esta semana de comienzos, hemos visto muy hacendosos a nuestros políticos presentar sus planes para el nuevo curso político. Y lo han hecho como si anunciaran la llegada de Messi a sus equipos, con golpes de efecto. Apareció el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, para anunciar la subida del salario mínimo interprofesional, en un acto con una escenografía más sobria de lo habitual y con un eslogan emocional que decía “Una recuperación justa”. También la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha transmitido, a bombo y platillo, la supresión de todos los impuestos propios. Hay que ver cómo los grandes conceptos de la humanidad, la justicia, la igualdad o la libertad, no hacen más que entrar en campaña. Aquí la clave está en que entren para quedarse, que no sean tan sólo una moda, sino un deseo realizado que mejore la vida de las personas. Lo esencial es saber hasta qué punto todas estas proclamas suponen un beneficio real para el ciudadano de a pie. Y para eso hay que hacer números. Más que nada, para que no sea una ilusión de ida y vuelta. 

Irse o quedarse es una elección y una lección de categoría humana y profesional en estadios de crisis. El presidente Joe Biden se afana en estos días por justificar la retirada de las tropas americanas de Afganistán. Señala, incluso, que estaba contemplada y que la ejecución ha sido un éxito. ¿Para quién? ¿Para los afganos? Creo que aquí le falta Kamala Harris, su tándem de liderazgo. Y, para colmo, le fotografían mirando el reloj cuando presidía la llegada a la base aérea de los féretros de los soldados caídos en Kabul. Fueron sólo unos segundos y, seguramente, por una causa justificada, pero el peso de los gestos es así de grande. Que se lo digan al expresidente George Bush padre porque perdió un debate electoral frente a Bill Clinton, precisamente, por hacer lo mismo. Después perdería las elecciones también. Mirar el reloj en situaciones así es un gesto involuntario y tampoco se acaba el mundo por hacerlo, pero sí que es cierto que muestra desinterés, indiferencia y aburrimiento. No hay que sobrevalorar este tipo de signos no verbales, pero tampoco despreciarlos. Los símbolos siempre mandan y hay que poner el alma en todo, también en los detalles.

Los que quedan

Artículo publicado en "El Día de Valladolid". 4/9/2021

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