POR QUÉ NECESITAMOS GOBERNANTES COMO MERKEL
Imelda Rodríguez Escanciano
La gran baza de la imagen política de Angela Merkel ha sido su autenticidad. Aglutina los rasgos principales del liderazgo de atracción, valores que muchos candidatos intentan simular con tácticas manipuladas, pero que nunca funcionan a largo plazo. Merkel ha sido de verdad. Empezando por su ejemplaridad y siguiendo por su férrea coherencia. Siempre ha sabido lo que tenía que hacer, tomando incluso las decisiones que nadie quería tomar. Ha asumido muchos riesgos, también el de equivocarse. Y, cuando ha fracasado, ha sabido pedir perdón. ¿A cuántos políticos de su alrededor han visto hacer lo mismo? No es una mandataria de sonrisa fácil, ni de selfies, ni de carantoñas electoralistas. Los gestos de su rostro, la posición de su cuerpo, incluso su vestimenta -con sus clásicas chaquetas- son una manifestación de su vibrante humildad. Ha sabido transmitir constantemente seguridad, tranquilidad y protección, un alegato a favor del talento femenino sin necesidad de más proclamas. Proteger es crear oportunidades (por aquí transita la libertad y la justicia). Nunca ha gobernado a golpe de encuestas, sino desde una mirada amplia, más allá de su ombligo. Por eso, su autoridad moral jamás dejará de impactar.
Implicada hasta la médula con el sufrimiento de las personas, pero sin hacer espectáculo de ello. Defensora de la dignidad social, sin sermones populistas. Su misión ha sido resolver, cooperar y transformar. De carisma honesto y congruente, ha huido de la crispación como de la peste. Al fin y al cabo, el odio no sirve para nada. Una mujer de convicciones, movida por un fuerte deseo de servir y por una causa (cuando un político no la tiene, el poder se busca solo para uso personal). Merkel ha gobernado Alemania, la primera economía europea, durante cuatro legislaturas. Ha ganado todas las elecciones y se va por voluntad propia. Deja un buen legado económico, gestionado desde la moderación, la solvencia y la cooperación. Su índice de popularidad se ha mantenido estable a lo largo de todos estos años (algo tremendamente difícil). Los ciudadanos la quieren. Éste es su mayor triunfo político. Y haber concentrado la confianza de las sociedades y de prácticamente todos los mandatarios del mundo. Amable, capaz de escuchar y con un sentido común exquisito, no se ha obsesionado por ganar votos, sino por conseguir la satisfacción de las personas. Nunca ha tenido grandes mayorías, pero ha sabido impulsar grandes acuerdos. Hacer, hacer y hacer. Así se ha comportado la líder europea del siglo XXI.
¿Actúa igual el candidato al que usted ha votado? Estamos tan acostumbrados a la mezquindad que Angela Merkel parece una excepción. Pero, piénsenlo, tenemos la potestad y el deber de reclamar a los mejores. Gobernar es una tarea destinada a figuras íntegras, brillantes y movidas solo por el amor público. Para los que saben qué hacer, cómo y cuándo. La obsesión de Merkel era solucionar, no culpabilizar. Y esta es una diferencia abismal entre los políticos auténticos y los políticos mediocres. Se va tal y como ha ejercido su poder: sin aspavientos y con buen paso. Deja un legado esperanzador, con proyectos a mejorar, claro. Si hubiera sido perfecta, no hubiera sido real. Su personalidad contundente, sin florituras ni medias tintas, es pura innovación política. ¡Quién se lo iba a decir a ella, todo sencillez! Ir a contracorriente, con toda la valentía, suele dar los mejores frutos. Vio caer muchos cielos, pero apostó por la esperanza. No se conformó con hacer las cosas lo mejor que pudo, sino que logró lo necesario. Angela Merkel es el ideal del gobernante del futuro. Lo iremos viendo.