EUFORIA DE GARRAFÓN

Imelda Rodríguez Escanciano

Como todo en la vida, los tiempos son la clave del éxito. Hace nueve meses, en los orígenes de la pandemia, en nuestro país no ocurrieron cosas que ahora echan a andar. Hace nueve meses, Alemania, Taiwán, Nueva Zelanda, Corea del Sur o Islandia realizaban test masivos y usaban la tecnología más puntera para realizar rastreos positivos que ayudaron a frenar la propagación del virus y muchas muertes. Una estrategia que comienza a desarrollarse de forma colectiva en nuestro país. Eso sí, nueve meses después. Ante las restricciones gubernamentales, no olvidemos que el mayor poder para frenar una nueva ola está en nuestro sentido común. Es aquí donde debemos poner el acento, en imponernos el placer de la responsabilidad. Así que calibremos nuestras prioridades y dejemos de hacer rompecabezas sobre una escenificación navideña que, por más vueltas que le demos, no podrá ser como años anteriores. Estamos capitaneando la salud de todos (y eso es mucho decir). Desbocar el sentimentalismo, esa optimista euforia excesiva, puede provocar en la salud pública un terrible efecto yoyó. 

Y en este estadio de compromiso, me parece fundamental que seamos capaces de cribar la información que permitimos que nos influya. Tengamos presente que quien condiciona nuestras emociones, nos dirige. Siempre ha sido así en la historia de la humanidad: a menor conciencia crítica, mayor dominación. Por eso es tan importante la Educación. Por eso es tan decisiva la política educativa de un país. Toca atinar con nuestras decisiones para hacer lo correcto. Porque lo contrario, desobedecer la lógica de una sociedad todavía en riesgo masivo de contagio, no será más que euforia de garrafón. Esta es la realidad. Y conviene aceptarla porque, como apuntaba el célebre psiquiatra Carl Gustav Jung, “lo que niegas te somete y lo que aceptas te transforma”. Construyamos emociones alternativas en estos días festivos, porque la prevención no puede ir a ralentí.  Forzar la maquinaria, buscar válvulas de escape que desencadenen riesgo colectivo es pan para hoy y hambre para mañana (en todo el sentido de la expresión). Hagámoslo también por los que más están sufriendo este trance, desde tantas dimensiones. Que nada nos desoriente, ni tan siquiera esta táctica de abrir y cerrar la espita de las limitaciones. El foco hay que ponerlo en lo realmente significativo, no en lo anecdótico. Exijamos más medidas de calado, sin distracciones eventuales. Porque una sociedad funciona correctamente cuando los ciudadanos rechazan de pleno lo inadmisible. 

Y hablando de manipulación (y también de la urgencia de una nueva inteligencia social), me parece muy interesante la teoría que sostiene el coronel leonés Pedro Baños, uno de los mayores especialistas del mundo en geopolítica, terrorismo y seguridad. Su último libro, “El dominio mental”, escrito con esa sencillez pedagógica que caracteriza a los más lúcidos, revela las técnicas que el poder utiliza para controlar nuestras emociones porque, quien consigue controlar nuestra mente, controla el poder. Ahora bien, siempre hay y habrá valientes             -llamémosles también líderes- que hacen suyo este alegato de George Orwell: “en tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”. Que nuestra consciencia sea nuestra gran revolución. Y nuestro afán por exigir la verdad, la proporcionalidad y las soluciones de altura.  Son tan primordiales nuestras acciones como las decisiones de los que dirigen las políticas públicas. Vigilemos ambos extremos de cerca. Todo cuenta. Porque la vida está compuesta de insignificancias, el año de instantes y las montañas de granos de arena”, dice un proverbio que me gusta mucho. “Por lo tanto, no subestimes nada, por pequeño que te parezca”. Nada.

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Artículo publicado en "El Día de Valladolid". 5/12/2020

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