ANÁLISIS DE LAS CLAVES COMUNICATIVAS DEL RESULTADO ELECTORAL

La foto que abre este post es la de la ficha policial de Donald Trump. Esto debería haber tenido influencia en el resultado electoral, por sentido común, pero ha conseguido justo el efecto contrario. ¿Qué ha pasado? ¿Qué le ocurre a la sociedad con la gestión de las emociones? ¿Qué está sucediendo con el ánimo social? ¿Se construye o se destruye? Aquí va mi análisis.

Me preguntan en muchas ocasiones si Donald Trump es un líder auténtico. No, no lo es. La autenticidad, tal y como la concibo y la expongo en mi libro “Imagen Política. Modelo y método” (Grupo Planeta), es la combinación perfecta entre la pasión (que despierta un candidato), la compasión (su escucha atenta, activa y anticipada a los problemas) y la fascinación (la que despiertan los hechos positivos que es capaz de realizar a favor del bien común). En el caso de Donald Trump, ha existido y existe una exageración de su relato para agitar, constantemente, el ánimo social. No busca apaciguarlo, solo exacerbarlo. Meterlo en la coctelera y darle vueltas, una y otra vez, hasta marearlo completamente. Hacerse cargo del ánimo social, no significa desestabilizar ese sentir general, sino transformarlo en tranquilidad, confianza y prosperidad. Para todos. Y esta serenidad no es el propósito de la comunicación política -ni, hasta el momento, de la acción política- de Donald Trump.

Recordemos que, tras esta imagen histórica, el asalto al Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero de 2021, del que el propio Trump -ante los lideres del Congreso republicano- admitió que era parcialmente culpable. Después de esta imagen icónica, Trump ha ganado las elecciones. Es para reflexionar.

También ha ganado después de que se produjera, más recientemente, esta otra. Una escena poderosísima porque forja el relato del victimismo, que concentra siempre un gran rédito electoral. Un relato centrado en la defensa, la protección total contra los enemigos, la culpabilidad, la agresividad, la violencia y el rencor. Todo esto en una imagen que se subestimó en campaña por parte del equipo del Partido Demócrata. Es una imagen que retiene votos porque genera pánico. Y, ante el horror, en ocasiones, se reacciona así: otorgando el voto a quien lo sufrió en este momento.

Y luego está la imagen de aquel debate electoral que encendió el ánimo del equipo de Kamala Harris. Parecía que, tras los disparates de Donald Trump señalando que los inmigrantes haitianos se comían mascotas en Springfield y esa reacción con firmeza de Kamala Harris (el lenguaje no verbal de su rostro, mirando a un Trump delirando fue potente), poniendo en evidencia el bulo y la sinrazón, había ganado impacto electoral. Seguramente fue así, pero la comunicación política desarrollada por Donald Trump, apelando constantemente a las vísceras de los votantes, es más efectiva en el recuerdo total y emocional de lo vivido. A las pruebas me remito.

Trump ha ganado primero en impacto comunicativo y, después, ha ganado las elecciones. Hacerse cargo del ánimo social, es una de las claves de este tiempo. También a nivel electoral. El republicano lo ha comunicado utilizando argumentos, formas y símbolos repletos de agresividad, rabia y -ojo- de ilusión. Parece contradictorio, pero es lo que ha transmitido. Ira y esperanza.

Su estrategia comunicativa no tenía filtros (de ahí el encanto para miles de votantes) y, como señalaba anteriormente, no perseguía emocionar (que es lo que buscaba Kamala Harris) sino generar odio. Son cosas diferentes. Se puede votar por amor o por odio. Donald Trump también ha sido capaz de transformar una emoción en otra. Impresionante.

Por su parte, Kamala Harris no ha sido capaz de despertar ese furor, como sí lo hicieron los Obama en su momento quienes, por cierto, que le han apoyado permanentemente, en ese liderazgo formato “tándem” que Kamala ha desarrollado a lo largo de su carrera -primero con Biden y en campaña con Michelle y Barack Obama-. Kamala es correcta, pero no apasiona. Aquí está el quid de la cuestión.

Frente a esta falta de definición emocional, Donald Trump se ha apoyado en emociones viscerales como la venganza, la humillación y el insulto para multiplicar más todavía el sentimiento de pertenencia de los votantes hacia su causa. Es como si quisiera volver a recordarles que el sueño americano es posible -y hacerlo a lo bestia, comunicativamente hablando-. Desde luego, está marcando la pauta de cómo debe ser la comunicación de los líderes populistas que le admiran (Bukele, Milei o Abascal). Estoy segura de que tomarán nota de ella.

En definitiva, se ha votado por pasión visceral. Y este tipo de pasiones no se raznoan. Se ha votado para que Trump lo arregle todo, como decía su eslogan (“Trump will fix it”). La victoria cultural ha encumbrado a la victoria política. Y lo ha hecho de forma contundente, aglutinando el voto rural, industrial y el de los latinos. Esto es algo que deben analizar los demócratas con detalle.

Que Kamala Harris no despertaba pasiones, no es ninguna novedad. Aunque sí posee liderazgo (otra cosa es que no lo haya sabido comunicar bien). Lo que sí está claro es que no ha alentado el calor que necesita el ánimo social actual para conectar con un político o con un dirigente. Comunicar, siempre lo repito, es conectar. Kamala no podía representar el cambio porque ha formado parte, de forma tibia, de una tibia “etapa Biden”. Tampoco arrastra un carisma comunicativo, aunque su campaña (puesta en marcha de forma exprés) ha dado mejores resultados de lo que se podía esperar.

Creo que tiene una capacidad potente para hacer que las cosas ocurran, pero ese mensaje de “yo soy la fiscal” (los buenos) y mi contrincante es un delincuente (los malos) ha producido un “efecto boomerang”, a favor de Trump. Así reacciona el ánimo social cuando se le agita en la coctelera, una y otra vez.  Y luego está la economía, que pesa mucho. Pero mucho, mucho. Y esto perjudicaba la imagen política de Kamala Harris desde el minuto uno. El propio Joe Biden ha repetido en esta campaña (otro desacierto) que, en su toma de decisiones, siempre ha contado con ella. Kamala, además, es mujer y creo que eso sigue tirando para abajo en muchísimos votantes norteamericanos que no están preparados para ver a una mujer en la presidencia de los Estados Unidos de América. Aunque crean que podría hacerlo bien. Son las contradicciones del ser humano.

En definitiva, hay una frase que escuchaba esta mañana y que me parece una buena síntesis de lo que ha ocurrido en estas elecciones: “Donald Trump es irrepetible y Kamala Harris intercambiable”. Ganó el carisma agresivo -y ya veremos cómo de decisivo para el bien común- de Donald Trump. Ganó su comunicación.

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