Hace ya 50 años de aquel avión que se estrelló en la Cordillera de los Andes, con 45 pasajeros, en el que viajaba el equipo de rugby uruguayo. Ha sido uno de los sucesos más impactantes que se recuerden por la dureza extrema de la situación, en medio de la nada, a la que tuvo que enfrentarse cada uno de ellos. Recuerdan varios supervivientes que el día decimotercero fue especialmente cruel. Mientras dormían, pegados unos a otros para darse calor, cayó un alud de nieve y entró también por el avión. Ese momento fue de un impacto tremendo, físico y psicológico, dejándoles prácticamente sin posibilidad de respirar. Una de estas víctimas explicó aquel trance, en el que tuvo que decidir si se dejaba morir o luchaba por vivir. Ya estaba empezando a sentir el calor de esa “muerte dulce” que produce un estado de congelación. En ese instante, alguien pisó su mano y dejó tres dedos fuera. Ahí comenzó su dilema. ¿Qué hago? -se preguntó-. ¿Salgó ahí fuera, al vacío, al frío más terrible, al hambre, al dolor o voy cerrando poco a poco mis ojos? En ese segundo, una imagen tremendamente poderosa llegó a su mente: la de su familia, sentada alrededor de la mesa, esperándole mientras visualizaba su silla vacía. Justo ahí, un impulso producto de su total motivación hizo que sacara toda la mano de la nieve y consiguiera ir retirando el hielo que tapaba su cuerpo. Y eso hizo después con el que tenía al lado, y así hasta intentarlo con los otros. Su motivación, en una circunstancia al límite, lo fue todo. Sobrevivió.
En esta historia también pienso cuando noto la falta de emoción que producen demasiados comportamientos de la clase política actual. Un desinterés que se hace más evidente cuando existe una convocatoria electoral. Entonces, muchos ciudadanos deciden no pensar, abandonar ese impulso que tuvieron algún día al creer que otros, los que se dedican a hacer política, podrían mejorar sus vidas. Algo similar, por la abstención que se pronostica, ocurre en mi tierra, en Castilla y León, donde el domingo 13 de febrero sus ciudadanos estamos llamados a las urnas. Según distintos sondeos, todo apunta a que la abstención será una nota dominante (podría superar el 20% incluso). No es extraño. Por un lado, la opinión pública debe votar sumida en la fatiga pandémica y en la fatiga de percepción política provocada por una crispación permanente, por una dinámica de tirarse los trastos a la cabeza que ha saturado completamente a una parte significativa de la ciudadanía. Hay personas que no quieren votar porque no encuentran ninguna razón para hacerlo. Y esto es algo que debería provocar un “efecto reflexión y reacción” enorme en todos los partidos políticos. Que ningún candidato les convenza suficientemente como para levantarse de la silla e ir a votar debería impactarles. La abstención no es importante porque perjudique a unos y beneficie a otros en el recuento final de votos (esta es una lectura muy poco útil de lo que está ocurriendo). El mensaje de la abstención siempre es alarmante porque habla de desesperanza. Y esto sí que son palabras mayores. Los que no votan, normalmente, han dejado caer todos sus sueños y tan solo se sientan a esperar. A un político esta coyuntura debería suponerle un encontronazo con sus convicciones (si es que realmente desea servir). Los políticos deben detenerse más a escuchar y a comprender a la sociedad (solo así podrán gestionar su credibilidad). Quizás este día de reflexión sea más para ellos que para los votantes, que saben perfectamente lo que es el bien común pero no encuentran quien se implique en ello, hasta la médula. Esto es la política, al fin y al cabo. Por eso habrá muchos votos que sigan congelados. Y qué duda cabe que necesitamos el calor de los líderes auténticos, los que saben qué hacer con la dignidad de los demás.
Aquel superviviente sacó su mano de la nieve, en un acto de fortaleza completamente heroico, porque creyó en un milagro. Y lo más importante es que él se implicó en que ese milagro, el de sobrevivir, sucediera. Un voto es un acto de entrega inigualable, no es cualquier cosa. Procuremos no olvidarlo y, sobre todo, que los dirigentes jamás lo pierdan de vista. No habrá motivación social mientras las personas perciban que la política no está a la altura de sus ilusiones. Y, ante esto, la política nunca debería mirar para otro lado. Debería mirar aquí, en la inmensidad que describe este fotografía de un profesional emprendedor afincado en Prioro (León), Rubén.Eart, que nos revela esta montaña de Riaño, justo al despuntar el sol en el horizonte.