Hay personas que llegan al mundo para hacer historia. Tienen miedo, incluso mucho, pero no dejan de buscar la verdad. Y se implican tanto en el bien común que consiguen una conexión con la opinión pública mundial más infinita que cualquier táctica rebuscada por cientos de miles de esos estrategas políticos de la nada. En esta línea, la del ímpetu de la razón, está Volodímir Zelensky, comunicando y tomando decisiones, con toda su autenticidad. Una autenticidad que reposa en su autoridad moral, en su empatía a raudales, en su serenidad constructiva, en la seguridad que transmite a los suyos y en su alto sentido de la compasión. Hace lo que dice y dice aquello que está cerca del sentido común y, sobre todo, del sentido de la humanidad. Comunica exquisitamente (algo fundamental para los liderazgos trascendentales) pero no solo porque domina el lenguaje verbal y no verbal escénico, propio del oficio de actor que Zelensky desempeñó en su momento, sino porque cree en lo que dice (algo que no abunda en la comunicación política actual). Su firmeza está concentrando la atención de millones de personas, aunque hayan intentado silenciarle por todos los medios. Pero un diamante tapado de tierra jamás deja de brillar. Es de esos líderes que convocan a un camino (¿se parece a los políticos de manual que ve usted a su alrededor?), y que se juegan la vida en ello, no desistiendo jamás del valor de la justicia. La valentía, desde luego, no está al alcance de cualquiera. Y, hoy, el presidente de Ucrania representa al tipo de gobernantes que más nos convienen porque las otras tipologías -bastante desconectadas muchos de ellas de lo que siente y de lo que necesita la ciudadanía- son tan inservibles como unan veleta escacharrada.

A Zelensky le hemos visto, desde el minuto uno, implicándose con su pueblo completamente. Es de esos líderes que, pudiendo irse, se quedan.  Tiene el halo de los carismas súbitos que no dudan en hacer lo correcto, en ese combate cuerpo a cuerpo con los que persiguen dominarlo todo para foguear su ego, que tanto se asemeja al de David contra Goliat. Una cruzada que debe hacernos replantear quiénes son realmente los pequeños y quiénes los grandes.  A su favor está la gente, no solo la de su país, sino la de las distintas potencias mundiales, incluida -incluso- una fracción significativa del pueblo ruso. Zelensky es el radical contraste al autoritarismo de Putin, a quien esta salvaje guerra, muy probablemente, le esté produciendo un gran placer (su perfil psicológico, desde luego, parece apuntar a ello). Por eso sigue permitiendo que el dolor discurra sin freno alguno, hasta su desembocadura. Ahora bien, veremos cómo salpica en su propia identidad pública, porque si algo le molesta a un dictador es que se resquebraje el calor de su pueblo. Y los ciudadanos más críticos de su país, sobre todo los rusos pertenecientes a generaciones más jóvenes, que tienen una mayor capacidad crítica por su formación (¡qué importante es la Educación para la libertad!) y que viven en ciudades como Moscú y San Petersburgo, han comenzado a oponerse a que siga gobernando. No olvidemos que lleva más de 20 años en el poder y que es el mandatario más longevo después de Stalin, otro dictador soviético. Este tipo de figuras, como la del actual presidente ruso, activan todos los mecanismos para que sus sociedades vivan en un estado de anestesia permanente. Su gran baza está en la forma en la que estructuran el relato político, con un envoltorio perfecto para que a la gente no se la ocurra pensar. Como Goliat, lo que Putin cree que es su mayor fortaleza (tener silenciado a su pueblo) es, al mismo tiempo, su mayor debilidad. Una jugada que le está saliendo mal en estos momentos porque Zelensky está asombrando y deslumbrando al mundo con el poder de sus hechos. Con su cercanía útil, con la pasión de su mensaje y con la firmeza de sus actuaciones. Ya solo falta que OTAN responda más resolutivamente al listón de su grandeza.

Hay batallas que son reversibles: uno piensa que las ha perdido y, en realidad, han sido solo una victoria en pausa. Esto pasa muy a menudo en la vida, piénsenlo, para el bien de los buenos. Es una de las muchas justicias providenciales que existen y persistirán sin final. La vibrante fortaleza de quien lucha por la dignidad de un país ha sido siempre la bandera ondeante de los nuevos tiempos. Y esa batalla ya la tiene ganada Zelensky, algo que nos está dando esperanza a todos. He aquí su gran poder.

Dejar un comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *

Puedes seguirme en estas redes sociales:

Mis publicaciones en prensa:

Artículo "Detener la polvareda".

Libro a la venta en Amazon