Esta semana nos hemos empachado de Shakira y su nuevo show en forma de venganza, que se ha convertido en la canción en español más escuchada de la historia de Spotify, en menos de 24 horas. Casi nada. Este es el efecto del morbo. Y de la anécdota. Y el equipo mánager de la artista lo sabe. Igual que sabían que facturarían un dólar por cada visualización del tema. Es un ejemplo perfecto de cómo funciona el marketing: un tema pegadizo -aunque no sea innovador (de hecho, recuerda incluso a grupos como Daft Punk)-, un productor discográfico de moda como Bizarrap y un argumento con un tirón emocional sin igual: el resentimiento. Nada puede fallar porque la anécdota predomina sobre el criterio musical e incluso sobre las consecuencias a nivel familiar que este espectáculo sin pudor pueda tener sobre sus hijos. Es una canción hecha desde el vientre de la cantante, desde la cabeza de su equipo financiero y dirigida a una opinión pública que está acostumbrada a pensar a base de chascarrillos. Sin filtro ninguno. 

Foto: Vozpópuli

Y esto lo sabe nuestra clase política, claro. Así que no tardaron dirigentes como la portavoz del Gobierno de España, Isabel Rodríguez, en colgar su foto en redes viendo a Shakira despacharse a gusto contra Gerard Piqué. Buscaba empatizar y estar en la cresta de todas las olas, algo demasiado habitual en la comunicación política de muchos líderes nacionales e internacionales. Y algo realmente arriesgado por el efecto boomerang que suele tener sobre su propia naturalidad. Sin embargo, otras dirigentes, como la nueva líder de Ciudadanos, Patricia Guasp, ante las preguntas de los periodistas, manifestó no haberlo visto. Son dos pociones antagónicas sobre qué hacer con la anécdota cuando se tiene la sagrada responsabilidad de tomar decisiones sobre los demás. Y, por cierto, nos dan información clave sobre estas mujeres políticas. Fíjense, a través de las distintas investigaciones sobre el liderazgo político en las que he trabajado a lo largo de varias décadas, cada vez tengo más evidencias para afirmar que lo anecdótico termina por aniquilar el deseo de la opinión pública hacia ese liderazgo. Porque la anécdota va apolillando la seguridad que un político debe garantizarnos, hasta convertirse en una figura inservible para los anhelos, las necesidades y los sueños de la ciudadanía. Y la gente a veces tarda en despertar pero no debemos dudar que siempre termina por hacerlo (se juega su felicidad, al fin y al cabo). Por eso el liderazgo consistente es aquel que se asienta en la coherencia, desechando aquello que en nada contribuye a ejercer su responsabilidad primera: mejorar la vida de las personas. Así que la utilización de las anécdotas en la comunicación política de dirigentes, organizaciones o partidos termina pasando factura sobre la confianza que debe desprender una imagen pública verosímil. Consiguen atraer la atención un minuto, pero ese minuto puede ser el inicio del tiempo de descuento de su propia credibilidad.

Foto: Twitter de Isabel Rodríguez

El liderazgo auténtico huye de la anécdota en todas sus expresiones. Porque la anécdota es llamativa, pero frágil. Deslumbra, pero no alumbra. Seduce, pero no enamora. La anécdota puede servir a Shakira para ganar una fortuna, pero es muy difícil que permita a un líder ganar la confianza de su pueblo de forma sostenida. La autenticidad siempre persigue un fin mayor: el bien común. Y esta autenticidad está presente, además, no solo en el relato, sino en su capacidad para provocar soluciones a la gente de a pie. Algo para lo que no están preparados todos los que se afanan en dedicarse a la política, aunque no tengan el talento mínimo para hacerlo bien. Tengamos presente que no todos los líderes carismáticos son auténticos. Porque para que exista autenticidad debe haber primero una demostrada inteligencia práctica y un poso humanista impulsor de la transformación social. Y a este nivel llegan muy pocos líderes. De ahí que la autenticidad jamás empaste con la anécdota, que está enfocada solo en distraer, entretener y retener la atención para, finalmente, no aportar prácticamente nada.

Foto: Diario Crítico

Por eso me parece interesante comprobar cuál será el recorrido de las maniobras estratégicas de los distintos partidos en este tiempo electoral. Una de las últimas es el nombramiento por parte de Alberto Núñez Feijóo de Borja Sémper como nuevo portavoz de campaña del Partido Popular. La imagen de este político vasco es un buen símbolo para transmitir moderación, algo que está en el propósito central de este Partido. Bueno, está a ratos, porque no siempre se expresa de forma contundente. Y necesitan hacerlo con mayor rotundidad, porque, en la actualidad, los votantes exigen saber qué hay detrás de aquello que deciden votar.  Sin tiras y aflojas, sin escalas de grises, sin expresiones que llevan a quedar bien con unos y otros y no hacen más que confundir y alejar a los votantes. Por eso, es imprescindible que exista una coherencia permanente en todos sus movimientos. De hecho, cabe preguntarse: ¿Podrá Borja Sémper transmitir unilateralmente esta moderación? Es decir, ¿será suficiente Sémper y sus mensajes agudos para consolidar la imagen de centro de todo un partido? Porque, a día de hoy, sigue provocando escollos la alianza entre el Partido Popular y Vox, explícita en Castilla y León, primer lugar ene el que Vox ocupa la vicepresidencia del Gobierno. En esta comunidad, los mantras ideológicos fomentados por el partido de la ultraderecha cada vez están más presentes, como ha ocurrido esta semana con la presentación del plan antiabortista del que, por cierto, la dirección nacional del PP se ha desmarcado. Si el partido de Feijóo no expresa con claridad sus posiciones, sus límites y sus movimientos generará inseguridad entre sus votantes presentes y entre los desencantados del Partido Socialista que pueden optar por su proyecto. Y eso es malo electoralmente y también perjudica a la reputación de todo el Partido. 

Foto: El Confidencial

La franqueza en la comunicación política, que nace de una posición táctica coherente, siempre termina dando los mejores resultados. La política, aunque tantas veces lo parezca, no tiene nada que ver con la farándula. A Shakira la anécdota de su despecho le está inflando las cuentas bancarias, pero es imposible construir una reputación positiva en cualquier ámbito a golpe de historieta. Por eso, la sensibilidad, la sensatez y la llaneza de Borja Sémper (que siempre ha declarado que, más allá de la ideología que tengan, le gusta la gente y, además, sabe qué significa la cercanía por su recorrido en la política municipal) pueden quedarse en tierra de nadie si estos valores poderosos no son compartidos por otras figuras clave del Partido Popular, en todos sus territorios, y están presentes en el trasfondo de su relato de forma permanente. Se trata de definir bien el camino, más que de aparentar ser capaces de andar por cualquier sendero. El Partido Popular necesita más precisión en su comunicación. Eso multiplicará el impacto que pueden llegar a provocar personalidades como Borja Sémper que siempre ha transmitido -y transmite- de forma eficaz el deseo de hacer las cosas bien, huyendo de lo anecdótico. Veremos si él mismo es capaz de llevar su autenticidad hasta el final del camino. Y, lo más crucial todavía, si le sigue el escuadrón.

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