Me gusta la política municipal porque es fácil comprobar la capacidad real de sus dirigentes. Sin trampa ni cartón. Si una calle tiene el asfalto destrozado, y había un compromiso de arreglarlo, estamos ante una promesa incumplida. Y si esta dejadez se multiplica por diez, la credibilidad del dirigente empieza a desinflarse. Es un proceso rápido porque la ciudadanía ha asumido que un alcalde o alcaldesa debe, por encima de todo, resolver. Una certeza que la opinión pública no traslada tan ágilmente al ámbito nacional. Y el motivo es claro: el ciudadano ha desconectado de una clase política que tiende a crispar con desenfreno. Les cuesta creer en su voluntad y en su capacidad para colaborar, para construir, para transformar. Piensan que una buena parte de la clase política está a lo suyo (y no a lo nuestro, que es donde deberían estar). Esta ruptura, sin duda alguna, es uno de los mayores problemas a los que se enfrentan los partidos y sus líderes en esta nueva era. 

Los alcaldes y alcaldesas de nuestros pueblos y ciudades adquieren compromisos tangibles a corto plazo, que deben ser realizables para que la confianza que les sostiene no caiga por los suelos. Por eso, si pierden el foco sobre os ciudadanos, sobre los asuntos cotidianos, están perdidos. Aquí la política se acerca más a su esencia. Algo que no sucede últimamente en la política de ámbito nacional, donde los unos y los otros se afanan por imponernos su relato, es decir, la historia que les interesa en cada momento. Este tipo de política solo busca mantener el equilibrio en la cuerda floja. Y ninguna imagen política (ni de candidatos, gobiernos o instituciones) se mantiene en el poder sin solidez, coherencia y hechos. Miren lo que ha ocurrido en Perú, tras la detención de Pedro Castillo por su intento de golpe de Estado. Un golpe improvisado, que ni tan siquiera tenía el apoyo de los militares (parece de chiste, pero ha sido real). Una improvisación que representa la tónica de un dirigente al que le gustaba hablar con la gente en los pueblos más recónditos de Perú (subido incluso en cualquier caja que encontrara en la calle), conectando con la gente en un primer momento, pero que cometió el sagrado error de no tener ningún proyecto para su país. 

Pedro Castillo. Foto:BBC.

Y eso es un rompecabezas para la gente de a pie, porque cuando no hay proyecto se tiende a edulcorar la realidad, a distraer al pueblo con relatos manipulados que en nada sirven para hacernos la vida más fácil. La política de plastilina no nos conviene. Y digo de plastifica porque intentan moldear la realidad a su antojo y, en sus palabras, lo que hoy es redondo mañana puede ser cuadrado. “¡Ay de los pueblos gobernados por un poder que piensa en la conversación propia!”, alertaba el pensador Jaime Balmes, uno de esos maestros que enarbolaron la bandera del sentido común. Esa «conversación propia», a la que aludía Balmes, es una amenaza, en toda regla, para la prosperidad. Pongamos un ejemplo. En la situación política española observamos hoy a un gobierno centrado en comunicar los beneficios continuos que sus políticas procuran a los ciudadanos y en mostrar al principal partido de la oposición como un insumiso del cumplimiento de la Constitución. Pero la película también se cuenta al revés. Lo defiende a ultranza Vox, que acusa al presidente Pedro Sánchez de dar un golpe institucional a la separación de poderes. Y, para resolverlo, propone encabezar una moción de censura que, a efectos prácticos, es insostenible y no hará más que reforzar las alas del Gobierno. Parece más bien carnaza electoral para mantener la tensión exagerada y permanente de su relato que siempre espera escuchar una gran parte de sus votantes. Por su parte, el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, habla de la urgencia de convocar elecciones anticipadas, dando un giro de guion que le permita seguir liderando el concepto de la alternativa, con esa moderación táctica para aglutinar todos y cada uno de los votos de los desencantados. Todo suma. 

Foto: cuenta de Twitter de Yolanda Díaz.

Y de sumar sabe bastante Yolanda Díaz, que elige sus batallas cuidadosamente. Y también las conversaciones que protagoniza y las que evita. Este fin de semana ha estado con Pepe Mújica (expresidente de Uruguay y líder latinoamericano indiscutible para la izquierda), mostrando imágenes idílicas del encuentro. Una visita, nos cuenta la vicepresidenta española, para conversar sobre cómo gobernar para la mayoría. Nos dice también que Pepe Mújica es un ejemplo para los progresistas (esta palabra no es casual, porque aglutina a un electorado muy amplio en España y la saca del espectro de la extrema izquierda) y que de él aprende que el diálogo siempre vence al ruido. Un relato de contraste para una candidata que quiere ser diferente al resto de los políticos españoles. Si en España hay trifulca, ella salta al escenario internacional para ofrecer una imagen de calma. Yolanda Díaz suele elegir con lupa el árbol al que se arrima, porque sabe que cobijarse bien es también una forma inteligente de alcanzar el poder. 

Foto: AFP.

Le viene mejor este encuentro que el pretendía mantener con Cristina Fernández de Kirchner (que ha sido aplazado porque la vicepresidenta argentina tiene Covid), condenada a seis años de cárcel e inhabilitación por corrupción durante sus gobiernos. Algo que Kirchner está aprovechando -y probablemente lo hará más- como una forma de victimizarse más y de dividir más a una sociedad a la que ha convertido en hooligans a favor o en contra de sus relatos. Esta dirigente considera que dividir, cabrear y dar pena es una forma de aguantar en el poder. Resulta curioso -o no tanto- que el partido Unidas Podemos defienda a ciegas a esta política argentina. Y, para apoyarla, deben obviar la corrupción y sumarse a otro relato que les viene muy bien: el de convertir a Cristina Fernández de Kirchner en víctima de lo que ella ha denominado como la “mafia judicial”. En este punto, hay que recordar una anécdota simbólica, pero muy representativa. Cristina Fernández de Kirckner, cuando era presidenta de Argentina y en el momento más álgido de crisis económica en su país, teñía de negro las suelas de sus zapatos Christian Louboutin (características por su color rojo) para que, al caminar, no se advirtiera que llevaba puestos zapatos de lujo. Es una metáfora de una política que no es política. Porque la política auténtica construye desde la verdad, integra, coopera, respeta, transforma, construye, escucha, acaricia, ilusiona y protege. Esta es su base irremplazable. Cuando no se hace desde aquí la sociedad sufre, porque está desorientada, saturada y viendo día a día como los problemas siguen encima de la mesa. Sinceramente creo que muchos de nuestros políticos serán capaces de realizar una política desde la honestidad pero se han acostumbrado a la mediocridad de esta corriente que predomina hoy basada en atascarse en la conversación propia. Gobernar bien es practicar esta honestidad y también el optimismo y el bien común. Cuando voten a un presidente o presidenta de Gobierno, piensen que están votando a la alcaldesa o al alcalde de su pueblo o ciudad. Piensen en su nivel de lucidez, agilidad resolutiva y bondad. Piensen en qué dicen y en cómo lo dicen. Y si mira a los ojos. La autenticidad de quien gobierna honestamente debe erigirse en el nuevo mecanismo de poder. Reclamémoslo sin descanso porque, no lo olviden, hay esperanza. Una esperanza que asoma en su conversaciones, en sus hechos y también en la suela de sus zapatos.

Dejar un comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *

Puedes seguirme en estas redes sociales:

Mis publicaciones en prensa:

Artículo "Detener la polvareda".

Libro a la venta en Amazon