Hay ocasiones en que figuras del pasado muestran cuál es el camino, la dirección, el punto cardinal a seguir cuando se tiene la responsabilidad de dirigir el bien general (en la política o en cualquier otro ámbito). Se cumplen 10 años del fallecimiento del primer presidente de la Democracia española (1976-1981), el gran artífice de la Transición: Adolfo Suárez. Su carisma, su mensaje y sus hechos contrastan poderosamente con una clase política que vive sus horas más bajas, enfangada en una crispación permanente que nos hace plantearnos si están realmente preparados para ejercer su misión. Por eso, hoy, el epitafio escrito en la tumba de Adolfo Suárez resuena como un alegato de esperanza en este tiempo revuelto: “La concordia fue posible”. Rotundo.

Adolfo Suárez con Santiago Carrillo.

Supo llegar, convencer, encantar, dialogar, explicar, pensar, actuar y marcharse. Sobre todo, esto: supo cuándo tenía que irse. Los grandes siempre lo hacen así. Se marchan en silencio, sin hacer ruido y dejando tras de sí una estela de grandeza. Su pensamiento -y su forma de explicarlo- siempre fue extraordinario. Concretamente, hay ideas en su discurso de dimisión como presidente del Gobierno, el 29 de enero de 1981, que hoy redoblan su relevancia: “Quizás los modos y maneras que, a menudo, se utilizan para juzgar a las personas no sean los más adecuados para una convivencia serena… Creo que tengo fuerza moral para pedir que, en el futuro no se recurra a la inútil descalificación global, a la visceralidad o al ataque personal, porque creo que se perjudica el normal y estable funcionamiento de las instituciones democráticas… La permanente descalificación de las personas y de cualquier solución con que se trata de enfocar los problemas del país, no son un arma legítima. Casi nada.

Palabras adelantadas a su tiempo y tremendamente útiles en cualquier época. Esta forma de entender la política y de llevarla a cabo es toda una manifestación de liderazgo auténtico. Una filosofía presente en las figuras políticas más trascendentales de la historia, como Nelson Mandela, Mahatma Gandhi o Angela Merkel. Sólo quien practica la autenticidad, que es la combinación de la firmeza (consistencia), la compasión (empatía activa) y la acción (con hechos poderosos que conducen a las sociedades al progreso), puede considerarse merecedor de dirigir el rumbo de un país, una organización o una institución. El liderazgo es, hoy más que nunca, una manifestación explícita de la autenticidad (que se tiene o no se tiene, porque no se puede impostar). Una autenticidad presente en la figura de Adolfo Suárez, a través de 24 rasgos de su poder:

  1. Tesón, entereza y empatía activa. Precisión en sus mensajes y sus decisiones.
  2. Capacidad para integrar sensibilidades ideológicas opuestas y hacerles partícipes de un proyecto común.
  3. Honestidad, nobleza y lealtad.
  4. Equilibrio, capacidad de sacrificio y coherencia.
  5. Nobleza, coraje y tolerancia. Sutileza.
  6. Moderación en sus palabras, en sus declaraciones y en sus gestos. Desterró términos como “enemigos” en sus intervenciones. Hablaba de “complementarios”.
  7. Habilidad para comenzar a erradicar de la esfera pública el “factor de la culpa”, tan presente en una España divida en dos tras la Guerra Civil. Sabía que la tranquilidad social es un derecho y un deber de todo gobernante.
  8. Sonrisa espléndida, en conexión con su carisma amable, atractivo y claro. 
  9. Sensible a las circunstancias, a las personas, a los problemas, pero no promotor de “sensiblerías” (discurso emocional impostado).
  10. Generosidad propia de quien busca el bien común -y no el suyo propio-, algo que dejó patente en su discurso de dimisión.
  11. Capacidad extraordinaria de motivación, para hacer que los demás -especialmente los políticos que formaban parte de partidos que, hasta hace poco tiempo, estaban ilegalizados- se sintieran protagonistas absolutos de su tiempo.
  12. Capacidad de escucha y respeto al distinto (lo dijo en muchos de sus discursos: “la Transición fue un proceso político y social de comprensión del distinto, del diferente, del otro español, que no piensa como yo…”)
  13. Comunicación eficaz: contundencia, elección del momento adecuado y lenguaje sencillo y directo. Telegenia (no en vano fue director general de Radiodifusión y Televisión). Utilizó el medio audiovisual (de gran impacto en aquel tiempo) para transmitir el cambio político que vivía España. Su lema “Puedo prometer y prometo” fue todo un eslogan publicitario.
  14. Sutileza, sentido del deber y hechos.
  15. Ausencia de visceralidad y crítica constructiva.
  16. Capacidad de servicio, sacrificio y ética activa en su toma de decisiones.
  17. Serenidad y solemnidad. Saber estar.
  18. Profundo pensamiento crítico, creativo y divergente.
  19. Intuición y vocación de servicio público.
  20. Comunicación no verbal persuasiva: mirada profunda, sonrisa verdadera y gestualidad inclusiva, destacando especialmente la háptica (la percepción a través del tacto), capaz de transmitir cercanía, seguridad y confianza a la clase política y a la ciudadanía. 
  21. Inteligencia práctica (capacidad para llevar el pensamiento a la acción de forma eficaz).
  22. Audacia. Visión, estrategia y táctica.
  23. Contundencia, valentía y sentido común.
  24. Búsqueda del aprendizaje continuo (signo de brillantez): “somos un pueblo que ha superado muchísimos problemas en estos años, pero que debe seguir aprendiendo la gran lección de la concordia, de la convivencia en libertad y en justicia”.
Adolfo Suárez con el rey emérito de España, Juan Carlos I.

24 rasgos de máxima actualidad, que son un espejo para gobernantes, directivos, políticos y profesionales. 24 rasgos de autenticidad, que lo son también de una tipología que denomino “Liderazgo Femenino Abierto”, pues contiene gran parte de los 24 rasgos de poder que aquí describo (ejercitados por mujeres y por hombres, como el caso que nos ocupa). Adolfo Suárez creía en la fuerza de la palabra. Palabras para construir -jamás para lo contrario-. Otro de sus emocionantes discursos, cuando recibió el “Premio Príncipe de Asturias de la Concordia” en el año 1996, siguió demostrando su liderazgo auténtico. Su poder de entusiasmar al público, de hacerle sentir, de emocionarle, de hacerle creer en la política y en los políticos por vocación. Rescato algunas de sus vibrantes ideas porque, quizás hoy más que nunca, merezca la pena volver a escucharlas: “Creo que la concordia entre los hombres y los pueblos en el orden nacional y en el ámbito internacional debe seguir siendo un ideal permanente de la humanidad. Su consecución -y lo estamos viendo desgraciadamente en nuestros días- es, sin embargo, difícil. Pero, cuando se logra, alcanzamos momentos estelares en la humanidad. La concordia jamás se impone, se busca en común y se realiza con el esfuerzo de todos.Cuando ese consenso se destruye, sobreviene la discordia y nuestro mundo ofrece dramáticos ejemplos de todo esto. Y así como la concordia es capaz de hacer crecer las cosas más pequeñas, la discordia es capaz de destruir las cosas más grandes”.

Adolfo Suárez con los expresidentes del Gobierno español, José María Aznar y Felipe González.

Como si lo hubiera dicho en el día de hoy. No puede haber un mensaje más poderoso, que aquel que se adapta a todos los tiempos, que sobrevive al paso de los años y que es capaz de abrazar a la gente, con fuerza, haciéndoles creer que una vida mejor para ellos sí es posible. Que la esperanza hay que reivindicarla todos los días. Y que el amor es más fuerte que el odio. Y actuando con integridad para que así sea, claro. No ha sido el primer líder de la historia que lo ha dicho, pero lo dijo en un tiempo político complejo, donde el enfrentamiento era la secuela de un país partido por la mitad a fuerza del dolor y del rencor. Fue valiente, ¡claro que lo fue! 

Adolfo Suárez con su esposa.

Hoy, quien sigue alentando el odio, quien fomenta la crispación, quien grita, quien miente, quien calla ante las injusticias, quien defiende lo indefendible, quien evita hacer lo correcto para salvar su sillón, quien mira para otro lado y quien desecha la honestidad podrá ocupar posiciones de mando temporales, pero jamás será recordado por su poder. Porque jamás tendrá autoridad natural sobre la ciudadanía. Quien tiene autoridad lucha por la paz social, por encima de todas las cosas. Y, a través de su talento, construye un tiempo mejor para cada persona. 

El liderazgo auténtico de Adolfo Suárez es hoy una gota de luz en un océano de oscuridad. “Sólo en la convivencia se pueden realizar las grandes ideas”– afirmó-. Su liderazgo auténtico será siempre vanguardia.

Fotografías: Efe, El Confidencial, RTVE, Google Imágenes.

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