Un debate electoral es una ocasión excepcional, más que para argumentar, para mostrar emociones como la seguridad, la amabilidad, la contundencia o la positividad (muy conectadas con el factor de la credibilidad) que dejen un buen sabor de boca a los votantes. No lo hicieron. Verán, en comunicación no verbal hay 6 emociones universales: el asco, el miedo, la sorpresa, la alegría, la ira y la tristeza. Cada una de ellas tiene asociadas otras 6 sub-emociones y estas se clasifican a su vez en distintas categorías emocionales. ¡Fíjense cuántos tipos de sensaciones provocamos en los demás cuando hablamos, cuando nos movemos o cuando gesticulamos!
En un primer análisis del debate electoral entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, puedo decir que el lenguaje no verbal de Pedro Sánchez, concretamente la kinesia facial (gestualidad) y el paralenguaje (la voz) se situó en parámetros próximos a la ansiedad, la frustración y la desesperación -emociones que crecían cuando Feijóo le iba acorralando dialécticamente-. Respecto a Núñez Feijóo, su gestualidad facial y su voz transmitieron niveles significativos de sarcasmo (que es una variante de la crítica y de la ira), energía y provocación (estas dos últimas variantes proceden de la matriz de la felicidad). Por lo tanto, predominan en el candidato del Partido Popular las emociones de carácter positivo frente a las de carácter negativo que desplegó Sánchez.
Como estamos en una campaña netamente emocional, sin duda, fue el vencedor de este cara a cara tan esperado. Pedro Sánchez se fue encerrando a sí mismo, conforme iban pasando los minutos, en una burbuja de negatividad e inconsistencia. Y tenía en su mano explicar a la ciudadanía su mensaje de campaña: la España que avanza frente a la España que- con PP y Vox- puede retroceder, según su argumentario. No lo hizo y además tampoco desactivó el halo de la mentira que Feijóo- hábilmente- iba inoculando sobre él.
Casi 6 millones de telespectadores siguieron el debate electoral entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, cuatro millones menos que el celebrado en el año 2015 cuando se enfrentaron Sánchez y Rajoy. Es muy probable que, si hubiera una segunda vuelta, la audiencia se redujera a la mitad. La razón es sencilla: provocó un sentimiento generalizado de decepción. No había propuestas políticas en firme, porque los dos candidatos buscaban transmitir emociones (que, al fin y al cabo, es lo que cala hondo en la ciudadanía) pero lo que ocurre es que generaron tal estado de confusión, crispación y desorden que eso es, precisamente, lo que hoy se recuerda: que siguen en su burbuja, muy alejados de los ciudadanos. Ahora bien, cuando sigue instalado un clima así, donde el agotamiento social solo hace que crecer, es el principal partido de la oposición, es decir, el Partido Popular, quien sale ganando.
El líder socialista tuvo oportunidades de oro para sacar pecho por los datos macroeconómicos, que son favorables. Y no lo hizo. Entró demasiado en el terreno que estaba marcando Feijóo, perdiendo el control sobre sus nervios (eleva la voz, velocidad del habla excesiva, gestualidad fácial tensa, pisa la palabra del contrincante y delos moderadores…). Incluso, él mismo sacó a relucir temas como el Falcon o la conocida frase “Que te vote Txapote”, para intentar defenderse de unas acusaciones que todavía no había lanzaco contra él el líder del PP. Anécdota sobre anécdota, comunicadas con alto nerviosismo=DESESPERACIÓN. Otro error considerable. También lo fue interrumpir permanentemente a Feijóo. Cada vez que lo hacía, crecía la percepción de serenidad del líder del Partido Popular. Es decir, Feijóo iba ganando puntos, a la vez que Sánchez los perdía. Le faltó mucha contundencia, la que sí tuvo Feijóo (se iba creciendo porque sabía que la tensión de Sánchez era buen síntoma para sus cálculos). Cuando a Pedro Sánchez le acusaban de mentir, de mentiroso o de falsear la verdad, se limitaba a decir: “Yo no miento”, pero casi como un mantra, porque no contraargumentaba. Es decir, no justificaba por qué no miente.
Se quedó a medio camino, desde el punto de vista argumental. Y se pasó de frenada, desde el punto de vista emocional, porque su nerviosismo rozaba la ansiedad. Su estado de excitabilidad fue permanente y vimos a un presidente desencajado, acorralado y con cierto estrés por lanzar los mensajes enlatados que lleva contando por los platós de televisión desde hace semanas. No han acertado sus asesores con el enfoque de este mensaje. Su posición, su actitud y su carisma emocional deberían haber sido otros, completamente distintos. La clave para Sánchez era defender su legado (políticas sociales y política económica, especialmente), exigir a Feijóo que se clarifique con respecto a Vox y defenderse con datos de las mentiras sobre las que le iba acusando continuamente Feijóo. No lo hizo. Transmitió ansiedad incontrolable. Y este valor desinfla cualquier imagen institucional y resta muchos puntos de credibilidad. Pedro Sánchez, lejos de la remontada, ha vuelto a la casilla de salida del 28M.
Respecto a Feijóo, sin duda, sorprendió. Y eso es mucho en un espectáculo televisivo (como es un debate electoral) y también para generar contenido en los programas y en las tertulias del día después, como está ocurriendo. Nadie se esperaba la contundencia con la que llevó las riendas del debate el líder del Partido Popular. Estaba muy nervioso, con un estrés de contexto, es decir, la situación le incomodaba sobradamente. Lo reflejaban sus pies cruzados (que podíamos ver en algunos planos más abiertos del debate) y también la forma recurrente en la que bebía agua (se le resecaba la boca sobremanera -lo que en ocasiones dificultaba su vocalización-, producto de ese nerviosismo provocado por el contexto). Pero aguantó el tipo. Su equipo asesor le había preparado distintas frases-gancho con las que iba incrementando el nerviosismo de Sánchez: “No le mienta usted a los españoles”, “Tiene mucha facilidad para mentir”, “Usted ha mentido a los españoles”, “Este debate tan bronco que usted está planteando”, “Este no es el programa de El Hormiguero. Déjeme hablar” o “No distinguir la verdad de la mentira es un problema patológico”. Son graves y Sánchez solo se limitaba a incorporar frases de respuesta como “Yo no miento”. Pero no contrarrestó el calibre de las afirmaciones que iba lanzando Feijóo. Sáncez, cada vez con más intensidad, colocaba la posición de su cuerpo más hacia adelante, como si quisiera imponer in extremis sus argumentos. Esa posición corporal contribuía a generar una sensación de desesperación.
Lo que sí está claro es que Feijóo habló como presidente del Gobierno por primera vez. Se lo creyó y lo transmitió. Y a eso contribuyó también el nerviosismo exacerbado de Pedro Sánchez. Las debilidades del contrario se convierten en fuerza de tiro para el oponente. Sorprendió mucho la actitud, entre la ironía y la sátira, de Feijóo, lo que demostraba que cada vez estaba más cómodo (pese a los nervios del contexto) y percibir que Sánchez cada vez estaba más desencajado. “Ya estamos sacando a pasear el tema del Falcon” -dijo Sánchez. “No, el que saca a pasear el Falcon es usted”, respondió con sorna Feijóo. Esa ironía, que no se acentuó en exceso, mostró una imagen de seguridad. Pero no aclaró cuestiones fundamentales, que también son una oportunidad perdida para el líder del PP, como su posicionamiento ante la violencia de género (por lo que le preguntó en varias ocasiones la moderadora) o sus pactos con Vox. Es curioso, pero jugó al despiste con Vox, ya que, incluso, llegó a argumentar que “el PSOE vota con Vox en algunas ocasiones”. En estos temas Feijóo debería ponerse más de frente, y menos de perfil. No resulta nada clara su posición. Lo hace porque sabe que el viento, hoy, está a su favor. Y no gana más votos por aclararlo. Pero sorprendería a muchos indecisos y simpatizantes dudosos que lo hiciera, que diera un paso al frente y contara qué piensa realmente de los pactos con Vox y de su posición respecto a la violencia de género de cara a la formación de un futuro gobierno. La violencia machista es un tema político y de interés público sagrado, que causa mucho dolor a muchas mujeres y a muchas familias. Y no se puede pasar de puntillas por él. Tampoco en un debate electoral.
Feijóo espetaba a Sánchez, en ocasiones: “No me va a enredar”. Y quien se enredó en el discurso que llevaba preparado Feijóo fue precisamente Sánchez, que siguió el ritmo de los temas que ponía encima de la mesa el líder del PP. No tenía que haber salido al campo de batalla tan a pecho descubierto. Debía haberse quedado en su posición, defendiendo sus políticas, con datos en la mano y el escudo bien alto.
Lo de los datos es otro de los aspectos más llamativos del debate. ¿Qué es verdad y que es mentira? Fíjense, aunque, a día de hoy, se intente verificar los datos que manejaron uno y otro candidato, serviría ya de poco. Las mentiras o las imprecisiones, si el telespectador no tiene una alta conciencia crítica -o no conoce de antemano esos datos- se asientan en la mente de los votantes y es muy difícil cambiarlas a posteriori. Es realmente triste que hoy se esté hablando de las verdades y de las mentiras de los candidatos. Y que sus equipos indiquen que argumentarán o demostrarán en qué mintió cada uno. Ante esto, el grado de incertidumbre y de desesperación de la ciudadanía solo puede hacer que crecer. De ahí que deseen un cambio. Un cambio de hacer política. Y no pararán hasta conseguirlo.
En el debate se habló más del pasado (guerra de Irak, Falcon, Aznar, Bush, 11M, Miguel Ángel Blanco, ETA, sobresueldos, Marcial Dorado…), que de futuro. Desde luego, hubo ataques personales implícitos (saben que haberlo hecho más explícitamente podría provocar un “efecto boomerang” pernicioso para el candidato que lo lanza) y esta actitud va en contra de la esperanza que merecen los ciudadanos. Faltó altura de debate.
La verdad y la mentira, lo bueno y lo malo, lo sucio y lo limpio fueron los ejes protagonistas del debate. Feijóo lo repetía a través de distintos eslóganes bien construidos y bien ejecutados, mientras Sánchez no hacía demasiado por neutralizarlos. Solo en una ocasión fue más contundente: “Yo no soy un político perfecto, pero soy un político limpio”. Lo que ocurre es que ya lo había dicho en entrevistas anteriores. Repetir frases o ideas ya contadas, lejos de parecer que puede ayudar a colocar mejor un mensaje, va en detrimento de quien lo pronuncia. ¿Por qué? Porque va perdiendo naturalidad cada vez que lo comunica. Su rostro casi no tenía expresividad cuando intentaba demostrar que estaba “limpio”. Por lo que su impacto es bajo.
En definitiva, Feijóo ganó el debate porque Sánchez perdió. Los ciudadanos, en tablas, pidiendo que llegue un tiempo nuevo (es esto lo que piden, más que un deseo irrefrenable de que gobierne Feijóo), reclamando eso a lo que se abrazan con tanta fe: la esperanza. Una esperanza que hoy se ve con menos claridad. Pero las sensaciones del debate pasarán. Y volverán a la carga con nuevos relatos. Lo importante es mantener alta la conciencia crítica y ver con nitidez lo que tenemos delante. Y no cesar nunca hasta tener enfrente la autenticidad. En este debate electoral, desde luego, brilló por su ausencia.