Siempre me llama la atención la duda que me transmiten algun@s polític@s, mientras trabajamos su imagen política desde la autenticidad, cuando les aconsejo evitar comunicar y tomar decisiones desde las vísceras. Veo que sienten inseguridad porque creen que van a contracorriente y que, de alguna forma, desaparecen del tablero mediático. Y justamente ocurre lo contrario. Son sus hechos los que deben representar la voz más fuerte si quieren que su poder sea duradero. Las figuras más sólidas de la historia política han sabido encender, convencer y resolver. Y aquí está la clave del éxito político actual. Reconozco que cuanto más auténtico es el candidat@ que asesoro, mejor lo comprende y más hábilmente lo pone en práctica. Y es que el poder solo se sostiene cuando su capacidad para transformar las cosas a mejor está demostrada. Se puede alcanzar una posición de mando rápidamente y con argucias varias, pero eso será algo meramente temporal. El poder es otra cosa.

Y eso me lleva a detenerme en la política clave de esta semana, Giorgia Meloni. Una mujer que ha sabido, hábilmente, capitalizar el cabreo permanente de los italianos hacia sus dirigentes (de ahí que Silvio Berlusconi y Matteo Salvini hayan permanecido en un táctico segundo plano). Ha sido capaz de convertirse en un símbolo del odio a los políticos, exacerbando su pasión por su patria. Una pasión que carece de matices ejecutivos, es decir, de esos proyectos que lograrán -como nos dice- salvar a su pueblo. Precisamente, ese binomio entre el odio y el amor es el hilo conductor de figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Marine Le Pen, cuyos mensajes van dirigidos al centro de las vísceras, multiplicando así las amenazas que cualquier individuo puede percibir cuando mira a su alrededor. La agitación de sus mensajes lleva al simpatizante a ver el mundo, únicamente, desde dos polos: la atracción y la aversión, sin contemplar posiciones intermedias. En la gente con menor capacidad crítica, surte un efecto prácticamente irrevocable. Es un ancla permanente sobre su voluntad. Tiene que ocurrir un suceso de gran magnitud para que ese político pueda llegar a defraudarles. 

Fíjense en el caso de Macarena Olona (a la que, por cierto, la presencia de Meloni en su campaña le restó bastantes votos). Fue elegida para cumplir una responsabilidad en el Parlamento de Andalucía. Abandonó tal misión creando un relato en torno a su propio sufrimiento, que luego transformó con una historia jugosa de héroes y villanos para justificar sus movimientos. Y ahí sigue, alimentando ese tándem amor/odio (los que estáis conmigo o los que estáis con Vox) que tanto gustan de engrasar algunos políticos en estos tiempos de incertidumbre. Hasta que deja de funcionar. Si tomamos su figura como referencia de las acciones de los políticos de la extrema derecha, desde luego, no arroja demasiada esperanza. Porque sigue instalada en el relato -y eso entretiene sobremanera- pero no sabemos a dónde nos llevarían sus hechos. Y son los hechos los que mandan en un tiempo que necesita tantas soluciones coherentes y duraderas. De hechos hablaba Mario Draghi cuando en su primer consejo de ministros, ante la presión de los medios de comunicación para que pronunciara palabras que alimentaran los titulares, dijo con suma tranquilidad: “Haré que los hechos hablen. Ahora mismo no comunicaremos nada, porque aún no hemos hecho nada”. Pero Draghi no estaba preparado para luchar contra la demagogia persistente. Quería actuar para resolver, sin fuegos artificiales y sin pompa discursiva a su alrededor. Y cedió el paso a una corriente que Italia no ha abandonado desde hace años, la de los políticos que, como Meloni, agitan una ensoñación que eleva la ilusión de los italianos al infinito, pero que todavía no ha matizado cómo se hará realidad. Porque, en política, los sueños no sirven para nada si los ciudadanos no los pueden guardar en sus bolsillos. 

Italia vota hoy desde las emociones más viscerales propagadas en la campaña electoral. Hay un porcentaje significativo que, razonando lo que está ocurriendo en el país y lo que puede llegar a ocurrir en manos de las coaliciones que se presentan, decidirá abstenerse. Más de un 25% puede hacerlo por el partido ultra “Hermanos de Italia”, que Giorgia Meloni ha liderado con un carisma feroz. No es un caso aislado. Ahí tenemos el 43% de votos obtenidos por Marine Le Pen o el resultado último de los Demócratas Suecos, el segundo partido con más votos del país. Todos abrazan el mismo argumento: ser la luz que resplandece en un tiempo de oscuridad. La salvación, el refugio, la vida. Son palabras grandilocuentes, que marcan un sendero redentor y que, incluso, por la forma en la que son comunicadas, hacen que el que las escucha no tenga opción a dudar. Porque, si una persona no es firme en sus convicciones, la radicalidad con la que son pronunciadas puede llegar a paralizar su pensamiento por un efecto contagio desmedido. Giorgia Meloni y el resto de los partidos de la ultraderecha han propiciado, con su mensaje, que el votante italiano sienta que debe votar en defensa propia. Así lo ha gritado con una voz ronca, que transmitía un cabreo agitador y que ha sido toda una estrategia de marketing . Meloni ha sabido hacer sentir a un porcentaje significativo de italianos que son protagonistas de una cruzada vital, haciéndoles sentirse importantes, decisivos para lograr un futuro mejor para sus hijos. Les ha hecho creer que su voto, hoy, será la alegría y el pan para su país o, de no optar por ella, el dolor y la penuria. Es un argumento incitador para muchos, sobre todo, para los que necesitan abrazar la ilusión en un tiempo de incertidumbre. Ahora bien, cuando gane, ¿cómo lo hará realidad? Esta es la autoridad que debe demostrar. Porque quien está preparado para el poder, sabe cómo articular la esperanza que ha prometido a todo un pueblo. Hoy vota Italia, pero todas las sociedades debemos estar en alerta para quitarnos la pereza de reflexionar profundamente, de saber discernir qué es realmente lo que tenemos delante. Así actúa la libertad. Recordemos que para que existan líderes auténticos (los que practican la compasión desde la firmeza, sabiendo resolver en el momento adecuado y sin desazonar a los ciudadanos) necesitamos primero sociedades auténticas. El poder desde el liderazgo auténtico siempre ha escrito lo mejor de nuestra historia. Un poder que surge desde la serenidad activa, la que consigue que el bien común suceda, sin hacer demasiado ruido. Giorgia Meloni puede hacer hoy historia en Italia. Ojalá sepa para qué. 

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