La dignidad se está convirtiendo en un relato recurrente para cada vez más políticos. Pero hablar requiere, necesariamente, saber practicar lo que se cuenta. Fíjense, Gabriel Boric, nuevo presidente de Chile con solo 35 años ha ganado las elecciones a través de esta defensa acérrima de la dignidad. En estos días comparte escenas en sus redes sociales con la gente de a pie: escucha la opinión de los niños, regresa a su ciudad natal, se acerca al quiosco de toda la vida y pide a la opinión pública que no le idealice. Relato y acción, por el momento, van de la mano. Ahora faltan las consecuencias de su propósito. En España, dos líderes, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, y Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno, han enarbolado esta bandera de la dignidad. Isabel Díaz Ayuso lo llama libertad (dejar hacer, dejar crecer) y Yolanda Díaz centra todo su relato en mejorar los derechos de la clase trabajadora. Ninguna pasa desapercibida hoy (incluso Forbes las ha incluido en su ranking de los personajes más influyentes de 2021). Impactan (veremos hasta cuándo y hasta dónde llega este impacto). Lo que está claro es que, en la actualidad, se sitúan en primera línea de relevancia pública, mediática y electoral. Su afán es provocar hechos, que es siempre el mejor de los relatos. Algo que ha demostrado en toda su trayectoria política Angela Merkel. La autenticidad está siempre en hacer lo necesario. Y en saberlo comunicar. 

Y hablando de comunicación: ¿Qué ocurrió con el tradicional mensaje institucional del Rey de España en Nochebuena? Pues que fue cortés, pero no apasionante. ¿Debió serlo? No es imprescindible, si persigue que su figura se mantenga con la misma percepción pública que tiene en estos momentos. Pero cuando se quiere acercar la imagen de la Casa Real a los ciudadanos conviene buscar modos más creativos de comunicación, menos encorsetados y típicos, donde aflore en algún momento la identidad de quien habla y más prácticos para el que escucha. En contraste, ahí vimos a la Reina Isabel II en su mensaje navideño, recordando a su esposo fallecido y compartiendo nostalgia con aquellos que habían perdido a su seres queridos, en su discurso más personal; o Kate Middleton, duquesa de Cambridge, que se puso a tocar el piano para acompañar la voz del cantante Tom Walker, en un concierto tributo a los sanitarios y a todos los que luchan para combatir la pandemia). Emocionar, emocionar, emocionar (para luego actuar -los hechos positivos son indispensables-). Si la comunicación no nos encandila, el personaje público en cuestión, poco menos que nos decepciona. Precisamente, a través de la comunicación auténtica se inicia el proceso de influencia social. Una comunicación que anticipa hasta dónde quiere implicarse un político en su alegato a favor de la dignidad, es decir, del progreso de la gente. En algunas ocasiones y para ciertos políticos, parece como si las palabras fueran de usar y tirar (desentendiéndose de cualquier compromiso sobre ellas o no siendo muy conscientes en su utilización).  Que se lo digan al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, que haciendo un balance del año, en una de sus últimas ruedas de prensa, afirmó que la pandemia “no ha sido freno sino acelerador de la modernidad del país”. Muy desafortunado este enfoque -y los términos escogidos para expresarlo- tanto que incluso pueden llegar a herir. No olvidemos todo el sufrimiento que ha habido y que hay. Esta estrategia comunicativa de la “positividad simulada” no se ha calculado bien. Por eso, en este tiempo más que nunca, es necesario que un gobernante (y sus equipos asesores) sean caces de gestionar adecuadamente su autenticidad (solo desde aquí se desarrollará una comunicación eficaz). Las palabras son poderosas si saben practicar inteligentemente (porque también tienen un fuerte efecto boomerang si se quedan solo en una declaración de intenciones). La revolución de la autenticidad es, sin duda, la esperanza de esta nueva era. Así lo expresé el 10 de noviembre, día de lanzamiento de mi nuevo libro, “Imagen Política. Modelo y método” y así lo revindico de nuevo hoy.  Hay que tener presente que todas las argucias idealizadas o manipuladas que no respondan a la verdad del candidato serán rechazadas de pleno por la ciudadanía. Antes o después. Es vital y urgente que la clase política conecte mucho mejor y mucho más con el estado de ánimo de la sociedad.  Porque, piénsenlo, ¿Merkel habría enfocado así este mensaje sobre la pandemia, ante una ciudadanía agotada?

En estos días de entrevistas sobre mi libro (¡muchísimas gracias por tanto interés!), me suelen preguntar cuál es el político más auténtico en la actualidad. Hay varios, claro que los hay. Pero si tuviera que escoger una única figura en este 2021 elegiría a la que considero la líder que mejor ha practicado la firmeza y la compasión, especialmente, a lo largo de este año tan convulso -justamente, el último como canciller-. Hablo de Angela Merkel, la dama de mundo. Estamos ante una dirigente vocacional, que ha practicado como pocos la misericordia activa, es decir, la implicación permanente en los problemas de las sociedades, con una alta sensibilidad práctica. Una mandataria batalladora, con autoridad moral, que siempre ha tenido presente que las palabras tienen consecuencias y que un gobernante es realmente lo que practica, no lo que dice que hará. En Merkel hay talento -mucho talento-, criterio para tomar decisiones, serenidad, seguridad, sagacidad, profesionalidad sublime, honestidad, nobleza en su compromiso, sobriedad y resultados (especialmente demostrados en la gestión de la pandemia). Casi nada. Su credibilidad se ha ido ensanchando con el paso del tiempo, incluso más allá de su país y de lo que su humildad podía imaginar. Desde luego, no hay nada que defina mejor el éxito político: ser aclamado por los ciudadanos del mundo. No hubo vanidad, ni mentira, ni engreimiento, ni sarcasmo, ni agresividad, ni humillaciones, ni incongruencia en sus palabras, ni en sus acciones. Todo lo contrario. La coherencia es su mayor aval. Y el cariño de los que la recuerdan. Por eso es la imagen política más auténtica de 2021. Por su emocionalidad constructiva, sin sensiblerías, y con mucho atino para ejecutar el bien común. No ha querido ser perfecta, tan solo útil. Ha tenido dudas y, como ella misma ha afirmado, ha revisado permanentemente sus respuestas, incluso pidiendo perdón -más de una vez y más de dos-. Ha demostrado claridad en momentos críticos, un deber de todo dirigente y de todo político (esté gobernando o en la oposición). Angela Merkel ha sido la calma, sabiendo en todo momento dónde estaba el principio y cómo llegar hasta al destino. El aplauso de los alemanes -y más allá- todavía sigue resonando. Merkel ha colocado el listón político muy alto. Y eso es bueno para todos, porque ya sabemos que hacer política es poner el bien común al servicio de la dignidad de las personas. Gracias a carismas como el suyo, hoy, podemos exigir sin complejos la autenticidad. Deseo que en este 2022 la autenticidad signifique mucho. Tanto como ha significado en el legado de Merkel. Vamos a ver quién nos sorprende con esta posición a finales de 2022. De momento, adelante con el optimismo y adelante con la valentía, como hizo Angela Merkel, hasta el final.

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