Que estamos en una nueva era es algo más que evidente. También en política. El asalto al Capitolio es ya un acontecimiento icónico que determinó, de forma abrupta y escandalosa, una exigencia que no deben perder de vista ni partidos ni candidatos: la participación del pueblo en la toma de decisiones. Un propósito que ha guiado a los cientos de manifestantes que irrumpieron y prendieron fuego a la residencia oficial del primer ministro de Sri Lanka, después de semanas de protestas por la gestión de la tremenda crisis económica y la desesperación de no poder cubrir sus necesidades básicas. Los ciudadanos ya no desean ver cómo se fabrica la política desde la barrera. Necesitan sentirse parte de lo que sucede y de lo que sucederá. Estos dos acontecimientos determinan el extremo de esta sintonía social, pero el trasfondo, la participación ciudadana, está presente en la mayoría de las sociedades actuales. Por eso, aquellos líderes políticos que hablan a las masas desde sus atriles, haciendo caso omiso de los estados de emoción y completamente obcecados por las encuestas, se quedarán fuera de juego. Esta semana nos impactaba el asesinato del ex-primer ministro japonés, Abe Shinzo. Un suceso que ocurría en un país como Japón, cuya tasa de criminalidad no supera el 1%. Impactante. Este gobernante, durante sus mandatos, trató de acercar su país al mundo, incluso con los países cuyo vínculo se hacía más difícil. Su final, ejecutado desde el odio, es la expresión misma del dolor. Un dolor que siempre nos ayuda a centrar lo importante. Y que debería servir a los políticos para saber responder a los ciudadanos desde lo esencial, sin irse por las ramas. Precisamente otro tipo de dolor, el físico, ha llevado a un líder como Rafael Nadal a demostrarnos que el liderazgo no sucede por casualidad. Detrás hay muchísimo sacrificio, esfuerzo y aceptación. Las experiencias de dolor, gestionadas adecuadamente, suelen provocar seres extraordinarios, capaces de suscitar resultados increíbles. La capacidad de superar el dolor físico y mental genera personalidades imbatibles, carismas únicos, que son los que hacen historia y suelen tener una hábil maestría para desencadenar el bien común. En el deporte y en la política. No se encuentran aquí figuras como la de Boris Johnson. Precisamente, su imagen pública está caracterizada por una ausencia de delicadeza, por un menosprecio de la verdad y por mirar para otro lado en beneficio personal. Su excentricidad, usada permanentemente como escudo político, cavó su propio final. Algunos de sus antiguos colegas profesionales afirman que Johnson, como periodista, exageraba sus historias. Dicen que solía haber algo de verdad en sus crónicas, pero no toda la verdad. He aquí el punto de fuga de su liderazgo. Un político no puede ser únicamente un buen animador, debe comprometerse a cambiar la vida de los ciudadanos y hacerlo bien. Los políticos no deberían actuar como celebrities, ni influencers, ni tonadilleras. Para ser un buen político hay que tener la sutiliza de detectar los problemas, el arrojo para querer solucionarlos y la lucidez para atinar. Porque un dirigente tiene necesariamente que acertar. Igual que aciertan el CEO de una compañía, un deportista de élite, un equilibrista o un cirujano. Por eso, nuestro nivel de exigencia no debería bajar ni un ápice ante aquellos que nos gobiernan. Tendremos lo que exijamos.

Y así, desde esta lógica, lanza su nuevo proyecto político Yolanda Díaz, actual vicepresidenta del Gobierno español. Destaco este cargo porque es novedoso que un miembro de un gobierno lance un proyecto, mientras mantiene su cargo, para cuestionar aspectos fundamentales del equipo que integra. Una contradicción que Yolanda Díaz utiliza para marcar el estilo de su liderazgo -diferente a todo y a todos, pretende recalcar- pero que no resulta totalmente convincente como punto de partida. Quiere hacernos oír el soniquete de su personalidad política por contraste con la forma en la que resuenan otros liderazgos. Y esto tiene sus riesgos y también el esfuerzo de estar reivindicándose constantemente. Su experimento electoral está trazado con escuadra y cartabón, es decir, tiene una milimétrica estrategia de comunicación política y electoral detrás. Hacer protagonista al ciudadano, otorgar a la líder el rol de mimar a la sociedad y utilizar la esperanza como estimulador de la ciudadanía son las tres bisagras de “Sumar”. En teoría, todo un acierto. Porque esos tres pilares son la expresión misma de la esencia de la política (aunque nos hayamos acostumbrado a lo contrario). Significa poner alma donde hay barro, una especie de gota de luz en un océano de oscuridad. Escuchar, proponer, sonreír, soñar, conquistar, acariciar, ilusionar, enamorar, dulcificar, abrazar, apasionar. Aquí está la dinámica emocional de su proyecto. Encontrar el contrapeso a una España que sufre la agotadora crispación política, el desánimo y la incertidumbre, está en el ADN de la imagen política que quiere promocionar Yolanda Díaz. Por eso su positividad, tacto y suavidad no son casualidad. Son rasgos más que evidentes de su personalidad y sobre ellos se está construyendo su buque político. Pero debe aterrizarlo más y mejor, empezando por integrar su acción política actual al relato de su sueño político. Hemos visto cómo, en estos días, se ha criticado en las redes sociales el tono de voz empleado en su discurso inaugural por su carácter infantil. Son críticas sin gran fundamento. Yolanda Díaz no ha variado su entonación desde que irrumpió en la arena pública, pero sí es cierto que tampoco debería forzarla. Es un error táctico creer que una posición aniñada contribuye a reforzar la ternura que desea provocar a través de su imagen pública. Sin embargo, debe hacer un esfuerzo para no confundir la sensibilidad con las sensiblerías. Porque la ternura necesita firmeza para afianzar la confianza. Y la firmeza es la determinación de hacer lo correcto, se exprese con una voz más melódica o más áspera. Lo que está claro es que sin sensibilidad no hay ternura, ni tampoco habrá liderazgo. Y, antes o después, lo que no tiene chispa, se apaga.

Fuente: @Yolanda_Diaz_

En la presentación del acto, su vestuario estaba formado por prendas de color blanco y rosa lemonade, colores utilizados para remarcar ese carácter de ensoñación que destila su proyecto. El rosa es un color que, perceptivamente, aleja las preocupaciones, conecta con la dulzura y provoca suavidad. Todo está estudiado en el despliegue comunicativo de Yolanda Díaz, que debe empeñarse en concretar su política de ensoñación para que no se desdibuje su autenticidad. En este nuevo tiempo, la política del éxito es la manifestación de esa ternura, claro que sí, pero ejecutada, es decir, orientada a la solución de los problemas reales, en el menor tiempo posible. Si el proyecto de Yolanda Díaz no vislumbra esas razones para representar un gobierno hábil, si no nos indica qué otras políticas llevará a cabo para promover ese porvenir del que nos habla, distintas o complementarias -entendemos- de las que fomenta como vicepresidenta de un Gobierno, el proyecto no pasará de ser un mero envoltorio. Yolanda Díaz y su equipo de estrategas han escogido la ternura como motor de cambio. Es un buen camino. Porque la ternura es la manifestación de la fuerza del amor, la emoción más transformadora que existe y que existirá, también en política. De hecho, el amor como mensaje y herramienta ha sido utilizado por líderes mundiales de la talla de Nelson Mandela, Mahatma Gandhi o Rosa Parks. La ternura lo puede todo, combate el dolor, el pesimismo y el odio. Y ha sido históricamente el mayor mecanismo de atracción popular. Pero para que la ternura impacte, necesita firmeza, coherencia y resultados. Y esto lo debe tener presente todos los días, para dirigirse a buen puerto, sin demasiados contratiempos.  No creo que Yolanda Díez imposte su ternura, pero debería explicar mejor cómo conectan sus reclamaciones de diseñar una política de revolución ciudadana con su posición actual de gobierno y, tan importante como esto, cómo construirá todas sus promesas. Ternura, determinación y resultados, desde la autenticidad. No hay empuje más poderoso.

Comentarios

  1. Creo -y leyendo este artículo, lo corroboro- que el proyecto «SUMAR» esta basado en un proyecto ecuménico, ecuánime y sensato, basado en el hartazgo de la sociedad por ansiar unos dirigentes políticos que trabajen por el bien común más que por el bien de los pocos que los mantienen. Ojalá resulte su propósito más allá del carisma que despierta.

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